Fernando de las Fuentes

Piensa a la izquierda, piensa a la derecha, piensa abajo y piensa arriba

Dr. Seuss.

Cualquier problema que tenga, el que sea, puede resolverse de varias maneras. Si no ve esto, si generalmente, como casi todos, busca no una, sino LA solución, es probable que se frustre con frecuencia, porque no siempre, de hecho casi nunca, será la que espera.

Lo que distingue la posibilidad de encontrar varias soluciones, para elegir la que más nos convenga, o ver solo una que, nos guste o no, consideramos la única, es solo una forma de pensar. No hay más. Pero, ciertamente, determina nuestra calidad de vida; de hecho, hace la diferencia entre la felicidad y la infelicidad.

Hay dos formas de abordar no solo las soluciones a un problema, sino la vida misma: pensamiento convergente y divergente. Ambas son necesarias, pero para aplicarlas, según se requiera, debemos aprender a desarrollarlas en equilibrio y, desafortunadamente, la mayoría de los seres humanos transcurrimos solo por la primera de ellas, o le damos mayor uso, descuidando la segunda.

El pensamiento convergente es aquel que conocemos como lógica; es de tipo lineal, va de una premisa a un resultado y, como forma de ver la vida, se convierte en lo que llamamos visión de túnel, que nos hace enfocarnos en un solo punto, sin percatarnos de salidas ni oportunidades.

El divergente, por el contrario, es multidireccional y creativo. Ve siempre diversas posibilidades de solucionar un problema. Como actitud vital, se convierte en confianza y seguridad, porque sabemos que siempre habrá diversos recursos al momento de resolver algo y que seremos capaces de verlos y usarlos.

Si pensamos en cómo se traduce cada una de estas formas de pensar en nuestra cotidianidad, nos daremos cuenta de que la convergente le quita a la vida su gran capacidad de sorprendernos, porque cualquier cuestión planteada tendrá solo una solución y todo proceso un solo final. No hay nada más mortal para las ganas de vivir que el determinismo. Si todo es predecible, nada es ya disfrutable. Al cerebro le gusta la novedad, aunque a veces no sepamos manejarla emocionalmente.

El pensamiento divergente, por su parte, abre nuestros sentidos a las infinitas posibilidades que tiene la vida de sorprendernos gratamente y nos permite enfrentar los imprevistos desagradables con creatividad. La divergencia mental es lo que llamamos pensar fuera de la caja, una habilidad natural poco desarrollada en la mayoría.

De acuerdo con los estudios científicos que se han realizado en la Universidad de Bergen, Noruega, el pensamiento divergente está asociado a la alegría, el optimismo y el entusiasmo; mientras el convergente suele observarse en las conductas contrarias.

La buena noticia para todos, es que este tipo de proceso mental creativo no está ligado con el coeficiente intelectual, sino con actitudes como el inconformismo, la curiosidad, la persistencia y la apertura para asumir riesgos.

Los baby boomers, la generación que nació entre 1946 y 1964, es pionera en el pensamiento divergente como opción de vida. Son los protagonistas de los movimientos contraculturales de los años 60 y los cambios sociales y tecnológicos más drásticos, después de las revoluciones industrial y soviética.

No es de extrañar, por eso, que las nuevas generaciones, especialmente los llamados millennials, tengan conceptos sobre la vida tan disímbolos respecto de todas las generaciones que les han precedido.

Su desarrollo ya no necesita el milenario camino de la propiedad privada, que para los baby boomers es todavía prioritario. Ahora son nómadas digitales y pueden trabajar y vivir en cualquier parte. El Mundo es su hogar. Han dejado el pensamiento convergente para resolver problemas concretos y abordar casos prácticos, pero no para enfocar su propia vida ni sus aspiraciones.

Cierto es que el pensamiento divergente es consustancial al ser humano, pero tan inusual en su uso que a quienes lo han desarrollado los consideramos grandes genios, científicos o artistas. Sin embargo, está al alcance de todos. Es cuestión de aprendizaje.