Fernando de las Fuentes

La espiritualidad no es adoptar

más creencias y suposiciones, 

sino descubrir lo mejor que hay en ti

Amit Ray

El mayor obstáculo para la espiritualidad es nuestra creencia sobre lo que es ser espiritual. Algunos desprecian lo místico, porque no hay pruebas de su existencia, como si Dios tuviera la obligación de responder a nuestro arrogante reto demostrando que ahí está. Otros lo aceptan, pero prefieren no acercarse mucho, porque significaría una serie de renuncias que no están dispuestos a hacer.

Algunos más se acercan ávidamente a la espiritualidad para calmar sus tormentos mentales y emocionales, aliviar su dolor y encontrar respuestas a sus angustiosas preguntas, pero fracasan.

Esto es porque hemos creado estereotipos de espiritualidad inalcanzables. Creemos que ser espirituales es un asunto de sacrificio y privación, de ser un Cristo sufriente; o bien un estado de cómoda insensibilidad y superioridad, mala imitación de Buda iluminado.

Pero no tomamos en cuenta que tanto Buda, como Cristo, disfrutaron también de la vida material ¡sin culpas! Comieron y bebieron con placer y en su justa medida, erraron, dudaron e incluso desesperaron, para finalmente aprender y entregarse con humildad a su poder superior, en un acto de completa fe; es decir, de confianza más allá del entendimiento. No le pidieron ni a Dios ni al nirvana que les demostrara su existencia para hacerlo ni negociaron sus renuncias.

Así pues, el problema para abordar nuestra espiritualidad es que sólo vemos el lado ideal del arquetipo; o sea, el estereotipo, y éste implica perfección mediante la privación y la virtud pura. Creemos que la parte donde no somos generosos, agradecidos, amorosos, solidarios, compasivos, ecuánimes, tolerantes, etc., no es espiritual.

Y nada más equivocado. Ésa es la orilla espiritual de la que partimos para llegar a la otra. Y este recorrido interior, llamado espiritualidad, no hará que desaparezca la faceta en que somos superficiales, hipócritas, envidiosos, rencorosos, soberbios, ególatras, codiciosos, etc. Sólo nos permitirá desarrollar nuevas emociones positivas, para que no actuemos las negativas; adquirir técnicas para poner en consonancia nuestros pensamientos, y arribar así a una zona de nuevas realidades casi milagrosas, creadas por nosotros mismos, en el territorio de los sentimientos profundos, que es el que habita el alma.

Ahí está su alma, todo el tiempo, acompañándolo, atada a usted en ese cuerpo, la reconozca o no, la sienta o no. Cuando hace algo que ama hacer, diga lo que diga quien lo diga, está poniendo el alma. Está enriqueciéndose espiritualmente. Si no lo hace, porque para los demás es poco relevante o inútil o sin mérito, se está alejando de su alma, por lo tanto se está empobreciendo espiritualmente. Pobre o rico, pero en ningún caso deja de ser espíritu ni, por tanto, espiritual.

Así pues, tanto el que huye del camino espiritual porque no hay evidencias sólidas de la existencia de Dios, del alma, etc., o no está dispuesto a renunciar a nada, como el que ya se siente más allá del bien y del mal, emocionalmente hablando, y considera que ha trascendido sus miedos y defectos, sin haber hecho el recorrido arquetípico, no evaden otra cosa que su realidad.

Pero entendamos pues la espiritualidad como comúnmente lo hacemos: una opción de vida, un camino interior voluntario que nos lleva a desarrollar nuestro máximo potencial místico. ¿Nos premiaría Dios por elegirlo, o nos castigaría por no hacerlo? Ninguna de las dos. Ese Dios es una de las trampas de la espiritualidad.

Dios nos ama tanto, a todos, que respeta nuestro libre albedrío para pensar, sentir y hacer tanto el mal como el bien. Nos mira con el mismo amor cuando no nos damos cuenta de que no nos damos cuenta y cuando ya lo hacemos.

Dios no actúa, para eso nos creó a nosotros. Sólo ama. Y no, no hay evidencia contundente de que Dios nos creó, pero eso al final no tiene la menor importancia.


(Militante del PRI)
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