Fernando de las Fuentes

Todavía no ha existido el ser humano que no se autoengañe. Es normal y necesario. Es un mecanismo sicológico de defensa ante información perturbadora que no estamos preparados para comprender intelectualmente ni aceptar emocionalmente.

Así, creamos puntos ciegos, es decir, “espacios” mentales en los que almacenamos creencias erróneas y prejuicios, por tanto, visiones distorsionadas de la realidad, que no sabemos que tenemos, básicamente porque no queremos tenerlas. Es por eso que llegamos a creer que somos más objetivos que los demás y que tenemos la razón.

Esos puntos ciegos están ahí para evitar los sentimientos de culpa, vergüenza y miedo que nos producen nuestras percepciones distorsionadas, tan distintas, a veces completamente opuestas, a lo que pretendemos ser. Por eso preferimos no nos damos cuenta de que no nos damos cuenta de ellas.

Mientras más creemos que estamos libres del punto ciego, que sabemos quiénes somos, qué pensamos y cuáles son nuestras motivaciones, más aferradamente ocultamos la existencia de nuestros enfoques distorsionados y… los criticamos en los demás. Más profundas, también, son las heridas que nos causan los tres sentimientos más destructivos: miedo, culpa y vergüenza, detonadores de resentimiento, odio, envidia e ira.

El que se aferra más a tener la razón es el que más se está defendiendo de sí mismo, no del otro. Está en conflicto interior sin saber que lo está, pues no acepta la existencia de un punto ciego.

El autoengaño proviene de la información con la que tratamos de sustituir la que hay en el punto ciego, creyendo que llenamos una laguna. Comúnmente nos hace sentir superiores a los demás, aunque en depresión puede llevarnos al extremo contrario. Por eso, vemos justificado anteponer nuestros intereses a los ajenos, aun en perjuicio de otros, tratándose del primer caso, o dejar que los demás nos maltraten y abusen, en el segundo.

Para subsanar los puntos ciegos, el cerebro, que procesa millones de datos por segundo, recurre a lo que se conoce como sesgos cognitivos: formas de interpretar de manera sistemáticamente errónea la información, para confirmar lo que queremos creer.

Todos tenemos uno o más sesgos cognitivos. El que no se reconozca en alguno, tiene un muy extendido punto ciego.

Así pues, al momento de interpretar la información disponible omitimos la que nos perturba y solo aceptamos la que, ante todo, mantiene el estado actual de las cosas, es decir, refuerza la zona de confort; la que nos permite darle la intensidad y duración deseadas a una reacción emocional, o sea, la que apuntala nuestro drama o, en el polo opuesto, nuestra insensibilidad; la que nos ayuda a quedarnos estancados en lo primero que supimos sobre algo, porque tendemos a la pereza mental; la que reafirma la primera impresión, buena o mala, que tuvimos de algo o alguien; la que nos lleve a confirmar que el otro u otra está equivocado y/o a darnos la razón para no hacer lo que se nos solicita o espera de nosotros; la que le da peso a nuestro pesimismo u optimismo; a la que es favorable al cumplimiento de nuestras expectativas y la que es propicia para respaldar decisiones que habíamos tomado previamente.

Y estos son solo algunos ejemplos de la forma en que nuestro cerebro opera en nuestro favor, siempre protegiéndonos. El problema es que para alcanzar lo que deseamos, para desarrollarnos como queremos, debemos abandonar el refugio mental y emocional del autoengaño. Aunque ciertamente haremos como los caracoles, cambiando de concha para no quedar totalmente expuestos, pero será una en la que la realidad sea más amplia. Y así iremos agrandando nuestra casa interior. Por algo las conchas de los caracoles son una espiral, que es el patrón de expansión del universo. No hay una espiritualidad inmaculada en la vida humana ni debe ser la meta. Podría serlo, en todo caso, aumentar nuestra conciencia al máximo posible.