Fernando de las Fuentes

Aunque así podría parecer, si hacemos un breve recorrido por las redes sociales, el mundo no está dividido entre personas normales, o “equilibradas”, y tóxicos emocionales. Todos somos, en cierta medida, tóxicos, sobre todo para nosotros mismos. Los demás resultan ser, lamentablemente, un daño colateral.

Por supuesto, en la escala de la toxicidad emocional existen aquellos que alcanzan alturas consideradas patologías, y dentro de esas hoy está de moda el narcisismo, un culto al yo, basado en la idealización de la propia imagen, lograda a partir de una constante y desgastante comparación con otras u otros que necesariamente salen perdiendo.

Esto se traduce, evidentemente, en diversas formas y distintos grados de maltrato por parte de la o el narcisista hacia las personas que deben asumir su inferioridad, para que ella o él puedan confirmar su superioridad.

Entre estos narcisistas hay uno en especial agotador en las relaciones: el histriónico. “Teatral” y melodramático en su vida cotidiana, le da predominio al sentir sobre el pensar, y por eso trae siempre la emoción a flor de piel; lo mismo arranca a llorar, que a reír sorpresivamente; tiene un ataque de ira, de entusiasmo o amor al prójimo a la menor provocación.

El histriónico, como todo narcisista, busca admiración y aprobación, aunque no necesariamente sumisión, pues su búsqueda está en una conexión emocional tan intensa, que deja a los demás agotados, vacíos, pero ansiosos y estresados.

El resultado en cualquier caso es la verdadera soledad, ese estado del ser en el que una persona no puede estar consigo misma porque su autoimagen está completamente lejana a su realidad, distorsionada. Para mantener esta distorsión le son indispensables los demás, a quienes generalmente denigra para obtener lo que necesita.

Así, en tanto el narcisista puro controla y domina con diversas técnicas de manipulación, entre ellas la frialdad emocional, la subcategoría del histriónico hará melodrama, siempre tendrá explosiones emocionales avasalladoras, abrumadoras.

El narcisista, cualquiera que sea su tipo, hace de su sufrimiento, tácita o expresamente su zona de confort, su justificación, su postura de vida. Por eso es, ante todo, tóxico para sí mismo.

En el otro extremo del narcisista sicópata, o sea, insensible emocionalmente, está justamente el histriónico, el de la emotividad excesiva. Mientras la frialdad del primero puede llegar a la asexualidad, real o aparente, la fogosidad del segundo lo llevará a erotizar las relaciones sociales.

Suelen ser frívolos y fácilmente sugestionables, pero debido a que son en exceso demandantes de manifestaciones de afecto, aprobación e incluso admiración, terminan siendo muy absorbentes y, por tanto, anuladores.

Estos intensos son aquellos que se enamoran con pasión arrolladora, llevan relaciones tormentosas y luego las terminan drásticamente, con mucho mucho drama, cuando su pareja se niega a que su vida orbite alrededor de tan brillante estrella.

Son las o los que buscan ser la prioridad en una relación romántica, en la que su emotividad superabundante y su extrema sensibilidad las o los convertirán en una bomba de tiempo impredecible, a cuyo mecanismo de detonación tendrá que dedicarle todo su tiempo la pareja, para evitar esa explosión que los dejará exhaustos, llenos de culpa y desasosiego.

Son, por cierto, a primera impresión, encantadores, fascinantes incluso, llamativos. Su intensidad atrapa sobre todo a personas muy mentales, que requieren estímulos emocionales para “bajar” de la cabeza al cuerpo y a la sensualidad. Justo aquellas que después ya no podrán tolerar tanta teatralidad, tanto sentir y tan poca reflexión.

Ni el narcisismo, ni el subíndice del histrionismo son nuevos como patologías. Lo novedoso es el predominio de la clasificación, detección y atribución de patologías a quien se ponga a tiro, sobre todo en las redes sociales.

En lugar de usar toda esta información para acusar a los demás, hay que sacarle provecho identificándonos personalmente, de manera que podamos mejorar. Dejar de ser tóxico es la forma más efectiva de no relacionarnos con tóxicos.