Fernando de las Fuentes

Si crees que la aventura es peligrosa, prueba la rutina, es mortal. Paulo Coelho

La estabilidad es fundamental en nuestras vidas, ciertamente, pero la realidad es que no existe, no al menos como la imaginamos: perpetua o como mínimo perdurable.

Ni dentro ni fuera de cada uno de nosotros puede cumplirse tal expectativa. Es imposible. Aun así, empeñamos la mayor parte de nuestra energía vital en tratar de tener una vida estable.

No hay nada más temporal y pasajero que la estabilidad. Es simplemente una condición de equilibrio de las cosas antes de que se inicie un nuevo proceso de cambio.

Lo único que puede darnos la percepción de que tenemos estabilidad es la rutina, pésimo sustituto que anula la vida. Por eso inventamos las vacaciones.

Se nos ha educado para creer que la estabilidad está en las condiciones externas de nuestras vidas, de las cuales dependen las internas. Por ello, generación tras generación, se nos enseña que la vida consiste en conseguir un trabajo y una relación amorosa estables, en adquirir firmes convicciones y hacer planes, muchos planes, para un futuro aún más estable.

Debido a que la naturaleza de la vida es el cambio, todo intento por detenerlo es la causa del sufrimiento humano. Construimos en nuestras mentes una realidad virtual que parece suficientemente sólida para darnos la sensación de estabilidad y de estar a salvo de todo aquello que antes nos causó dolor.

Cualquier cosa que perturbe nuestro sistema de creencias –lo cual sucede casi a diario–, prácticamente nos enloquecerá, aunque ya estemos tan acostumbrados a ello que nos parezca normal.

La perturbación del ánimo nos pondrá a la defensiva, a discutir con la vida, a justificar el pánico que estamos sintiendo, a tratar de encontrar razones para no sentir ese malestar y, en general, a intentar que las aguas emocionales se calmen y regresen al punto en que son navegables.

Y esto es porque tampoco existe la estabilidad ni para los pensamientos ni para las emociones. Ambos son de naturaleza volátil. Solo existe un ancla para el ser humano: la autoobservación, que nos coloca a una profundidad en la que podemos ver serenamente que lo que pensamos, sentimos y experimentamos es solo realidad virtual.

El darnos cuenta, desde la observación neutral, de lo que pasa en nuestro interior, es la única forma sólida de estabilidad, y ni siquiera ésta es permanente o perdurable, pues sostener todo el tiempo este estado de claridad es casi imposible para el ser humano (con sus honrosas excepciones), no al menos en el estadio de evolución espiritual en que nos encontramos como especie.

Pero sí es un ejercicio consciente que podemos reproducir cada vez que queramos o lo necesitemos, si nos atrevemos, primero, a enfrentar nuestro miedo al dolor, para romper la cápsula de creencias inamovibles con las que hemos aislado nuestros corazones y asumir la angustia contra la cual hemos construido defensas mentales y emocionales.

Esto nos permitirá dejar de resistirnos al cambio, porque podrá, con la práctica, hacernos sentir de alguna manera cómodos con las perturbaciones resultado de las experiencias que derriban nuestros paradigmas.

Observe usted como un suceso que percibe desagradable le causa una emoción perturbadora que dura mientras el pensamiento está trabajando para explicarlo y entenderlo, hasta que deje de ser inadmisible.

Mientras más trabaja el pensamiento en tratar de tener bajo control la discordancia entre lo interno y lo externo, más poderosa y persistente será la emoción perturbadora.

Pero… algo de pronto lo distrae de ese suceso, algo que lo alegra: una persona, una frase que lee, una canción, un recuerdo, y de inmediato su pensamiento se enfoca en la nueva experiencia positiva, y con él la emoción.

Pues así de inestables somos internamente, solo que no lo sabemos porque no nos observamos. La observación es lo único que no se va hasta que usted la deja ir, para pasar a otro estado de conciencia.