Fernando de las Fuentes

La cultura occidental ha incumplido sus promesas de seguridad, bienestar y felicidad. Ni la democracia, ni el materialista sueño americano ni las revoluciones han dado resultado alguno para garantizar la presencia y permanencia de estos tres titanes de la necesidad humana.

Millones han alcanzado ciertamente el status económico y social que debiera cumplir tales promesas; otros tantos, más incluso, se encuentran muy lejos de ello; pero ambos grupos están desilusionados. Los primeros porque ya se dieron cuenta de la mentira en que vivimos: una espiral de tener y tener que nos aleja de la seguridad, el bienestar y la felicidad. Los segundos, porque todavía creen en la falacia.

Filósofos y psicólogos nos han dicho, a lo largo de la historia, que el camino es otro, pero la humanidad decidió tomar como única posibilidad la opción fácil, tangible y controlable: la ciencia positiva, de la que obtuvimos tres paradigmas que hasta hoy rigen nuestra cultura: individualismo, separación mente-materia y la demostración experimental, reproducible y cuantificable como condición esencial para comprobar que algo existe y, por tanto, es fiable.

De ahí que la seguridad, el bienestar y la felicidad tengan que ser, antes que nada, un patrimonio individual –yo primero que los otros–; y que deban provenir de las posesiones materiales, pues son lo único fiable, por reproducible y cuantificable.

El mundo está cambiando, eso es inevitable, solo que hay dos fuerzas en pugna: la versión ultra materialista, que sigue basada en la competencia y la inmediatez, pero que ahora deposita la solución en la tecnología, aunque esté demostrado de antemano su fracaso, y la sabiduría acumulada en la historia de la humanidad que nos muestra que la individualidad solo es funcional cuando aporta a la seguridad, el bienestar y la felicidad colectivas; que la posesión material es solo una condición, ni siquiera indispensable, que nos permite avanzar en nuestras ocupaciones espirituales, y que la existencia es vasta y maravillosa, infinitamente superior a lo que en nuestra ignorancia podemos demostrar que existe, y no solo es fiable, sino literalmente milagrosa.

Si la columna vertebral de la vida que se nos está cayendo a pedazos es “yo”, la de aquella en la que sí podemos encontrar lo que hemos venido buscando es “nosotros”. De hecho, no podríamos existir sin un nosotros. La propuesta es uno diferente al que hoy en día concebimos, en el que nos segregamos por conjuntos de egos y además tratamos de sobresalir entre los de nuestro grupo. 

Se trata, pues, de un “nosotros” compuesto por almas. Esos son los nosotros solidarios, amorosos, responsables, comprometidos. De esos vamos a obtener nuestra seguridad, bienestar y felicidad, porque siempre estaremos apoyados y seremos amados y respetados.

No hay un yo soy sin un somos primero. Pero hay, además, un primer somos, ese al que todos pertenecemos por el solo hecho de existir. Usted y yo en la cultura occidental, en México, en nuestro estado, ciudad, comunidad, trabajo. 

La meta es construir un somos posterior, en la misma cultura, país, estado, municipio y colonia, pero desde otra dimensión personal de existencia, que efectivamente solo es posible mediante lo que llamamos el autoconocimiento, pero no dirigido a una iluminación personal, sino a una aportación a la colectividad, desde un “yo soy los otros”. 

Nada fácil, porque mire, lo primero que hay que hacer es derribar todas las mentiras, es decir, todas las creencias que hoy juramos son nuestra verdad. Decía Jean Paul Sartre, uno de los mejores filósofos contemporáneos, que “sólo nos convertimos en lo que somos a partir del rechazo total y profundo de aquello que los otros han hecho de nosotros”. Destruimos para volver a construir, desaprendemos para volver a aprender. He ahí la verdadera vía.

Los humanos nos educamos y nos realizamos en comunión entre nosotros. Esa comunión solo es posible para las almas. Las almas siempre están en la luz.