La crisis de hoy es el chiste de mañana

H.G. Wells

Los cambios se llaman crisis cuando una situación insostenible, producto de una persistente resistencia, desemboca en derrumbe de la certeza y la seguridad, más por la evidente inutilidad de una forma de pensar, que por las pérdidas materiales.

Esa resistencia tiene su sustento en el miedo, individual o colectivo, sea en la forma frágil de un temor o en el monstruo devorador del pánico; y no importa cuán bien racionalizado, argumentado y justificado esté, el miedo no deja de ser una de las emociones más dominantes cuando le permitimos salir a la superficie de la conciencia. 

Una vez revelada la verdadera naturaleza de la crisis, no es difícil inferir que: 1) vivirla es inevitable, porque el cambio casi siempre asusta; 2) transcurrirla lo menos dolorosamente posible equivale a dominar el miedo o a impedirle simplemente que modifique nuestras convicciones o nos paralice y 3) superarla requiere enfocarnos en las soluciones, que casi siempre son una forma de adaptación, posible sólo mediante la aceptación de nuestras nuevas circunstancias.

El más apto no es el que más domina a otros, por la violencia o la manipulación, sino el que mejor se adapta al cambio, porque es el que evoluciona.

Desafortunadamente, los seres humanos somos bastante porfiados en eso de someter a la realidad a nuestra voluntad antes de admitirla tal cual, por eso tendemos a empeorar las crisis antes de afrontarlas.

Dígame si no: 1) Lo que no está de acuerdo con nuestra forma de pensar, está mal; hay que repelerlo, alejarlo o destruirlo; 2) si no sabemos cómo resultará algo, seguramente nos decantaremos por el peor escenario posible, dominados por el miedo; 3) si el cambio nos produce incertidumbre, intentaremos controlarlo, forzarlo hacia cierto rumbo, apresurarlo; 4) Si no soportamos la inseguridad, nos refugiaremos en una creencia, una actividad, una persona o una adicción, para no ver ni sentir; 5) si las nuevas circunstancias se perfilan distintas a lo que esperamos, nos sentiremos víctimas de la injusticia o unos perdedores; de manera que no asumiremos responsabilidades, pues nada de lo que hagamos resultará bien; 6) si el cambio nos perjudica, culparemos a otros, para desquitarnos un buen tiempo.

Éstas son sólo algunas de las actitudes y conductas que acostumbramos adoptar frente a una crisis. En términos generales, el resultado es que nos paralizamos, nos estancamos en situaciones, relaciones y pensamientos obstaculizantes, durante semanas, meses, años o toda la vida.

Como todo lo que es individual se vuelve colectivo con la sencilla operación matemática de la suma, y después se reproduce con la no tan complicada fórmula de la multiplicación, pues eso que creemos confinado a lo personal, a lo íntimo, se extiende impensablemente para volverse una realidad social, nacional, mundial incluso.

Por eso en el mundo, si sabemos observar con atención, encontramos en todo los ámbitos de la vida en sociedad del ser humano, y por tanto en su fuero interno, oleadas de resistencia y oleadas de empuje al cambio, a veces indistinguibles; es decir, muchas crisis, desde las naturales, hasta las intencionalmente provocadas, desde las locales, hasta las regionales y las mundiales.

Lo que tienen en común es que todas son producto de la percepción humana. Lo que para usted puede ser una crisis, no lo es para otro. Lo que hoy le aqueja fuertemente, mañana le producirá risa.

Por eso, el mayor secreto para remontar una crisis es la paciencia. Ya pasará. No desespere, no se estrese. Viva el día a día. Todo se resuelve en el hoy. Por qué preocuparse del mañana, si un día será hoy.

Algunas crisis pueden ser incluso evitadas, sobre todo aquellas que son repeticiones. Detecte las situaciones que lo ponen en riesgo innecesario y aprenda a darle un nuevo significado a la pérdida y la adversidad.

No hay crisis que no resulte para bien.

(Militante del PRI)

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