Fernando de las Fuentes

“El miedo ahuyenta al amor”.  Aldous Huxley

Hay una máxima incuestionable de la sicología: todo lo que resistimos aumenta su poder sobre nosotros, hasta dominarnos; tan absolutamente, que ni siquiera nos damos cuenta.

Es el caso del miedo, al que se le ha definido, predominantemente, como la emoción raíz del instinto de sobrevivencia.

No obstante, la falta de conocimiento sobre la manera en que actúa en nosotros, en nuestros cuerpos y mentes, nos pone a su merced, y tanto invade nuestras vidas, que se convierte en un estado del ser. Desde el miedo miramos todo lo que nos rodea, reaccionamos, nos relacionamos, pensamos, sentimos, decidimos, actuamos, pero no somos conscientes de ello.

Todo esto, porque nos resistimos a sentirlo. Le damos apenas una breve y sobrecogida mirada, e inmediatamente queremos huir de él, reprimirlo, evadirlo; entonces crece en la oscuridad de nuestra inconciencia, alimentado por ese ignorado 90% de los 60 mil pensamientos que tenemos a diario.

Efectivamente, no registramos la mayoría de las cosas que pensamos, y esas son las que nos controlan, porque están ligadas a emociones tan perturbadoras, que no queremos acercarnos a ellas. Negativas (generalmente) o positivas, los seres humanos solo nos permitimos sentir aquello que podemos tolerar, aunque no lo podamos manejar; y en no pocos casos desarrollamos adicción a determinadas formas de sentirnos.

Una de ellas no es, por cierto, el amor. Puede ser el enamoramiento, que es literalmente un estado alterado de la mente, pero no verdadero amor. Mientras vivamos en estado de miedo, sin que siquiera estemos conscientes de ello, no estaremos realmente amando, aunque creamos que sí.

Ese remedo de amor que sentimos a través del miedo es el que posee, cela, abandona, desconfía, maltrata, descalifica, engaña, condiciona, moldea y controla, entre otras muchas actitudes que tenemos con nuestros seres “queridos”.

Vivimos en estado de miedo porque hemos desarrollado miedo al miedo y, evidentemente, al amor.

Nada más envolvente y enceguecedor que el miedo al miedo. Se vuelve tan abrumador, que debemos contrarrestarlo con emociones más fuertes y distorsionadas, e incluso perversiones cuya ansiedad, sentida con vergüenza o con cinismo, es tan avasallante que nos permite no sentir el miedo al miedo.

Es cuando hablamos de maldad humana. Detrás solo hay miedo al miedo, en un grado patológico que ha embrutecido totalmente a quien se encuentre en esa situación.

Entonces todo lo que pensamos, imaginamos y hacemos es miedo. No proviene de imágenes sobre posibles catástrofes o pérdidas, o en general cualquier otro acontecimiento adverso que pueda esperarnos en el futuro; es al revés: porque lo sentimos creamos mentalmente los peores acontecimientos. Y hoy está completamente demostrado que lo que pensamos moldea nuestras vidas, las va dirigiendo paulatinamente hacia nuestros escenarios mentales. Así pues, es cierto que hacemos realidad nuestras peores pesadillas.

Desde el remedo de amor que vivimos a través del miedo, tememos el verdadero amor; primero porque no lo conocemos, después porque creemos, desde la desconfianza, que nos debilitará, nos dejará indefensos ante el potencial destructivo de las personas de las cuales dependemos.

Ciertamente, el remedo de amor, hijo del miedo, es dependencia, apego. Eso que llamamos amor desde la necesidad de depender es lo que nos debilita, no el verdadero amor, sobre el cual hay tanto y a la vez tan poco que decir. Si no lo conocemos, cómo lo describimos. Y cuando lo experimentamos, es tan claro y conciso que se vuelve indescriptible.

Lo que humildemente puedo decirle es que cuando usted vea con amor, sobre todo a la gente que acostumbra detestar, dejará de tomarse las cosas de manera personal, la indignación se irá y será capaz de empatizar en lugar de confrontar, provocar, pelear; pero podrá poner límites tan claros y firmes, que nadie se atreva a traspasarlos.

Un último dato, espeluznante sin duda, el 99.9% de los seres humanos vivimos en estado de miedo.