Fernando de las Fuentes

Mientras la vida se vuelve más compleja, acelerada, rodeada de estímulos y condicionada a las exigencias de una sociedad en exceso materializada, más placer dejamos de sentir, alejándonos así de la experiencia que le da contenido, profundidad y sentido a la vida.

Cuando nos sentimos crónicamente insatisfechos y nos asalta esa persistente sensación de vacío, que generalmente evitamos optando por la ansiedad o la adicción, se debe a que hemos perdido nuestra capacidad de sentir placer.

Lo mismos está pasando cuando la vida cotidiana nos abruma, estamos constantemente preocupados, estresados, llenos de temores, tratando de cumplir exigencias propias o ajenas.

Ahora bien, lo indispensable antes de continuar es que entendamos la naturaleza del placer. Se le ha estudiado poco desde las ciencias de la mente, de manera que su definición puede ser tan amplia y vaga como “satisfacción”, “sentimiento positivo”, “sensación agradable”, “euforia”, entre muchos otros conceptos.

Por su parte, la filosofía ha abordado el tema con mayor éxito, así que, a partir de esta disciplina, definamos al placer como un sentimiento de deleite y/o gozo, derivado de una emoción positiva, es decir una reacción agradable e intensa, proveniente de una sensación de estar pleno en un momento determinado.

Efectivamente, sentimientos, emociones y sensaciones no son lo mismo. Existen diversas formas de diferenciarlos, pero la más clara parte del nivel de conciencia con que se viven: la sensación es la primera impresión física y síquica, inconsciente, pero regida por creencias, que tenemos a partir de una percepción, es decir, de un primer acercamiento a algo, también condicionado por paradigmas. La emoción es la reacción automática ante esa sensación y el sentimiento es la conciencia de lo que se experimenta.

Al placer se le considera una experiencia vital. Por tanto, debe tener calidad de sentimiento, es decir, de conciencia sobre qué sentimos cuando tenemos determinadas experiencias que nos vivifican y nos inundan de gozo o deleite.

Lo maravilloso del placer, es que nada tiene que ver con lo compleja que puede ser nuestra vida. Las emociones fuertes, como la euforia, que nos llena de adrenalina, pueden ser la vía hacia una dependencia, es decir, una adicción a determinadas sustancias, personas o conductas.

El placer nunca. Es ese sentimiento que nos lleva a amar la vida, y cada vez que lo rememoramos, volvemos a inundarnos de él. Los logros y éxitos materiales o competenciales, en cambio, pierden fuerza cuando intentamos revivir la intensidad de la experiencia, por eso cada vez queremos más y más. Están basados en emociones: inconscientes, fuertes, pero efímeras, por naturaleza; es decir, faltas de la apreciación de la belleza, que es fundamental para el placer.

Por eso el mayor placer, el verdadero placer en realidad, está en las cosas simples, en un amanecer, un buen café por la mañana, una caminata al atardecer, los juegos de nuestros hijos, el afecto de nuestro perro, buena comida y buena bebida con moderación, una charla íntima con un amigo, etc.

Son tantas las cosas sencillas, cotidianas, al alcance de cualquiera, que nos pueden proporcionar placer, como preferencias personales hay. Sin embargo, las ignoramos, las arrumbamos, porque estamos apurados, preocupados, atemorizados, estresados o definitivamente sufriendo.

Si recuperásemos esa capacidad de sentir placer por las cosas sencillas de la vida, seríamos mucho más felices, menos codiciosos y voraces, menos ansiosos y malhumorados.

El secreto es hacer un alto en el carril de pensamientos incesantes, caóticos e invasivos, que tenemos siempre. Todas las mañanas, tras despertarnos, podemos resistir esa prisa interna por levantarnos de la cama, y tomar conciencia del momento, de nuestro cuerpo, de cómo nos estamos sintiendo; respirar y agradecer, porque, cualquiera que sea el problema que tengamos, siempre es mejor estar vivo que muerto.

Entonces podemos entrar al día con otra actitud, abiertos al placer de las cosas sencillas, a la alegría de vivir, al amor a la vida.