Fernando de las Fuentes

Desconfía del que todo lo ve bien y del que todo lo ve mal

Johann Kaspar 

Todos los mecanismos defensivos que los seres humanos hemos desarrollado a nivel psíquico, tienen el propósito de mantenernos alejados del dolor, pero en la mayoría de los casos operan en nuestra contra, produciendo sufrimiento.

Seguramente ha oído decir que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento opcional. Esto se debe a que el segundo se origina en de intento de evadir el primero.

Uno de esos mecanismos es el llamado pesimismo defensivo, que consiste en pronosticar malos acontecimientos y peores escenarios, para restarle fuerza a las expectativas de que todo salga bien, porque la frustración duele.

Las expectativas son berrinches con los que condicionamos a la vida para que cumpla con exactitud nuestros deseos. Son las gemelas malvadas de las esperanzas, que, a su vez, son básicamente confianza en que sucederá lo mejor, sin que tengamos que controlar nada y aceptando de antemano cualquier resultado.

La esperanza está sostenida en la fe, esa creencia de que existe un poder superior a nosotros que nos ama incondicionalmente y siempre ve por nuestro bien, pero que de ninguna manera nos libra de las consecuencias de nuestras acciones. Eso solo puede hacerlo la responsabilidad, capacidad divina con la que fuimos dotados para evolucionar.

Digamos que el pesimismo defensivo no es del todo malo si queremos en alguna ocasión aminorar el impacto emocional que nos causarían situaciones adversas y acontecimientos perturbadores, pero no es la vía que a la larga nos hará sentir seguros y tranquilos. Cada vez que recurramos a él calmaremos la ansiedad inicialmente, como en cualquier adicción, pero después ésta volverá, crecerá y nos azotará.

El pesimismo defensivo proviene de la mezcla entre el miedo a la pérdida y la inseguridad personal, que nos susurran al oído: “siempre espera lo peor, para que si no sucede te sientas aliviado, porque serás incapaz de solucionarlo”.

Sí no podemos evitarlo, porque como buen mecanismo defensivo funciona en automático, detectarlo nos permitirá corregir el rumbo de nuestros pensamientos y emociones, teniendo en cuenta que el problema no es el pesimismo, sino la expectativa, la cual podemos convertir en esperanza mediante el desapego, que es, eso sí, uno de los procesos espirituales más complejos, pero el más liberador que existe.

Cada incidente al que reaccionamos es una oportunidad para elegir la actitud correcta: en el caso que nos ocupa, el desapego. Si no lo hacemos, si dejamos que nuestro “piloto automático” dé las órdenes, se decantará por el pesimismo defensivo, y nuestra vida se convertirá en un melodrama.

A nuestros ojos seremos esa heroína o ese héroe al que todo mundo quiere hacerle la vida de cuadritos. Porque tras la acumulación histórica de malas actitudes, seguros además de que tenemos la razón, va a ser tan difícil enderezar nuestro destino y entrar en dominio de nuestras vidas, que la salida más obvia será echarle la culpa a los demás de nuestras desgracias.

Para tomar la actitud correcta cuando tengamos miedo e inseguridad sobre el futuro, debemos tener fe, inquebrantable, en que los mejores días siempre están por venir. No se trata de verlo todo color de rosa, sino de saber a ciencia cierta que siempre encontraremos la forma de aprovechar cualquier acontecimiento de nuestras vidas para templarnos y crecer en seguridad, autoconfianza y tranquilidad, a partir de preguntarnos qué tenemos que aprender de lo ocurrido, en lugar de pensar que es una simple desgracia y nada más, irresoluble e inútil.

Este tipo de reflexiones puede sacarnos de la predisposición a entrar a ciegas al pesimismo defensivo, que no hará otra cosa de agriarnos el carácter y amargarnos.

Claro que podemos prepararnos para lo peor, así como para lo mejor; lo importante es no anclarnos emocionalmente a ningún resultado, porque entonces no podremos manejarlo. Así como hay quien no pude con la desgracia, hay quien no puede con la gracia.

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