Fernando de las Fuentes

El éxito y el fracaso no son hechos, sino sensaciones

Fernando Ferán Gómez

 ¿Cuánta gente conoce que solo ve el mundo en blanco y negro? No pocos, se lo aseguro. Incluso puede estar usted entre ellos. Quizá no se había puesto a pensar en esto, pero hágalo, ponga atención y aparecerán los casos como por arte de magia.

No es una pérdida de tiempo. De hecho, será uno de los ejercicios de observación más enriquecedores que podrá realizar en su vida, porque ver solo los extremos de las experiencias es una fuente constante de infelicidad.

Todos los días nos levantamos a vivir. Si todo va bien, es probable que no nos sintamos exultantes de éxito, pero si algo sale mal, seguramente nos recriminaremos y nos sentiremos fracasados, o culparemos a los demás para evitar el sentimiento de fracaso.

La sensación de fracaso frecuente o constante, o de que somos víctimas de la vida, son un aviso de que nuestra mente está operando a partir de la polarización. Esto nos hará ver solo buenos y malos, en un melodrama autogenerado en el que los primeros estarán disculpados, de antemano, por cualquier debilidad, defecto o error. Es más, los justificaremos.

En tanto, los malos estarán previamente condenados; nada de lo que hagan tendrá ni la más mínima posibilidad de ser bien intencionado, no podrán tener cualidades ni virtudes y todas sus habilidades estarán al servicio del mal.

Esta manera maniquea de ver el mundo es más común de lo que pude creerse, y tan normalizada está, que ya no le vemos lo perjudicial. Ni siquiera cuando se muestra socialmente, a gran escala y de manera muy clara el anatema, es decir, la “excomunión” de los malvados. Eso sucede, por ejemplo, en las sociedades emocionalmente polarizadas, cualesquiera que sean las categorías que usen para dividirse.

La división más frecuente y extendida es entre “ricos” y “pobres”. En estas sociedades, se exalta la pobreza y se anatemiza la riqueza. Sin embargo, el discurso político está dirigido al progreso y el bienestar del pueblo. ¿Paradójico? No: absolutamente incongruente.

Pero finalmente, las situaciones sociales derivan de la unificación de las formas individuales de sentir e interpretar la vida. Cada uno de nosotros, pues, coopera para bien o para mal, pero sobre todo para la cantidad incalculable de matices que no son ni una ni otra cosa, y que predominan en las relaciones sociales, familiares, amistosas, amorosas, sin que podamos verlos, experimentarlos y disfrutarlos, porque nuestra mente funciona a partir del éxito o el fracaso. Es decir, en blanco y negro.

Darnos cuenta de que vemos las cosas en blanco y negro es un requisito indispensable para salir de la mediocridad. El famoso “pensar fuera de la caja” consiste principalmente en ver los matices entre los extremos. La polarización nos estanca en la vida, porque no es otra cosa que una simplificación extrema de la realidad, que de una u otra manera nos deja chiquitos, mental, emocional y espiritualmente.

Deja igualmente a nuestras sociedades pobres y disminuidas, gobernadas por polarizadores que nos mantienen en un estado de constante enfrentamiento social, roce y tensión, dispuestos a salir a matarnos entre nosotros, bajo la falaz distinción entre buenos y malos. Será la moral social predominante la que nos diga quiénes son unos y quiénes los otros.

Pero, dígame usted, con sinceridad: ¿es total e intachablemente bueno? o ¿es total e inexcusablemente malo? Ninguna de las dos, claro. Pues ningún otro ser humano lo es. Es imposible. Esto es algo siempre digno de tomar en cuenta cuando juzgamos a los demás, porque… ya usted sabe: con la misma vara que medimos seremos medidos.

Y si todavía no ha inferido que en realidad la mayoría de nosotros pensamos la mayoría del tiempo en blanco y negro, un dato más: el uso frecuente y persistente de generalizaciones, “todo”, “siempre”, “nunca”, “jamás”, es sin duda un indicador de una mente polarizada.

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