Fernando de las Fuentes

Hetty Green, la Bruja de Wall Street, quien llegó a acumular, a principios del siglo pasado, el equivalente a unos 4 mil millones de dólares de la actualidad, fue considerada la mujer más rica del mundo y, a la par, la persona más tacaña que ha existido.

Sólo tenía un vestido que remendaba ella misma y nunca lavaba; así que, efectivamente, apestaba. Vivía en cuartos de hoteles baratos, mientras rentaba sus mansiones. Por su reiterada negativa a pagar servicios médicos, a su hijo le fue amputada una pierna y ella quedó postrada en una silla de ruedas.

Tal era su apariencia física que algunos transeúntes le ofrecían limosna. Murió a los 81 años tras una rabieta, porque la leche le pareció excesivamente cara. Sus hijos dilapidaron su fortuna.

Este pequeño resumen de la vida de Hetty, pionera en el mundo de las finanzas, es un ejemplo de los más grandes errores en la relación entre los humanos y su creación quizá más importante, el dinero.

En primera instancia, está la equivocación de considerarla la mujer más rica del mundo por la cantidad de dinero que tenía acumulada. La cuestión, por cierto, de su posición entre los multimillonarios de la época, tenía a Hetty sin cuidado. Riqueza, dice el Diccionario de la Real Academia Española, es abundancia, la cual, según la misma fuente, es, más allá de “gran cantidad, copiosamente”, goce del bienestar económico.

En estos términos, Hetty ha sido, en los hechos, una de las mujeres más pobres del mundo. No sólo se negó el acceso a servicios esenciales, como los de salud, sino que jamás disfrutó de un centavo de toda la fortuna que acumuló.

Otro error evidente, por tanto, es la falta de utilidad del dinero en lo que debe ser su verdadero objetivo: atender nuestra salud y la de nuestros seres queridos, vivir confortablemente, educarnos, permitirnos algunos lujos que nos den el placer que todo ser humano requiere para equilibrar su vida emocionalmente.

En el disfrute del dinero está implícita ya una derrama de nuestras bendiciones hacia los demás, aquellos que nos proveen bienes y servicios, pero hay una dimensión de utilidad más allá del bienestar personal: la generosidad. Esta es la energía que atrae la prosperidad, es decir, tener incluso más de lo necesario en el momento preciso. La generosidad es la mejor manera de disfrutar el dinero sin culpa. La culpa obstruye su flujo.

El dinero es un circulante, esa es su naturaleza y su esencia. Respetarla es el secreto para que constantemente fluya. Sin embargo, en ese circular, no debe perderse nunca de vista que rebasar su utilidad de satisfacción personal y subvalorar la de generosidad es abrir un boquete financiero y energético, por el que comenzará a fugarse para no retornar.

Ese fue el error de los hijos de Hetty: despilfarrar, consumir su caudal en lujos que ya no daban ni placer ni satisfacción, sólo compensación por las carencias vividas antes; ni beneficiaban a otros cuya gratitud hubiera sido todavía más poderosa para la prosperidad del que dio, que cualquier buen negocio. Dar sin esperar, por supuesto. De lo contrario se intenta comprar lo que no puede estar en el mercado: afecto. Pero si alguien se conforma con una malentendida lealtad rastrera a prueba de balas, pues está bien. Sólo debe prepararse para una traición con fuerza de misil, la más cara que pueda pagar.

Así pues, cambiar nuestra relación con el dinero equivaldría a impulsar uno de los más grandes, profundos y verdaderos cambios del mundo. Estos son algunos aspectos fundamentales en que debemos reflexionar para hacer los cambios requeridos:

» El dinero llega cuando hay objetivos.

» Llega en el momento correcto.

» Se gasta lo que se tiene, no más. Las tarjetas de crédito no son dinero extra. Así usadas, son una trampa de autoempobrecimiento.