Fernando de las Fuente

De acuerdo con la física, las vibraciones de las mismas frecuencias resuenan entre sí. A esto se le llama Ley de Resonancia. Explicado con más detalle, todo lo que existe vibra, está en perpetuo movimiento, incluso aquello que podría parecer inamovible, como una montaña, pues está compuesta por cadenas de átomos en constante desplazamiento. Y todo lo que vibra suena y resuena, es decir, adquiere una oscilación vibratoria dominante y específica en un lapso determinado.

Detrás de esta explicación está la conocida fórmula de Albert Einstein: E=mc2, según la cual energía y materia son una misma cosa, determinada por la frecuencia vibratoria y las formas solidificadas que puede adquirir, desde el agua, que combinada con otros elementos puede formar un cuerpo humano o una nube, hasta las rocas, tan sólidas que parecen completamente estáticas.

La energía y la frecuencia vibratoria que aquella adquiere constituyen la fuente de todas las manifestaciones de vida en el universo, tangibles o intangibles, comprensibles o no para el ser humano.

Si en nuestro planeta hay todavía incontables formas de vida que aún ni sospechamos que existen, imaginemos todas las maneras, la diversidad, en que puede manifestarse la energía en el cosmos. Inconmensurable, claro. Vayamos entonces ahí donde nos sirve saber esto: hay una manera de crear realidades a través de la vibración. El vehículo es por supuesto la resonancia y el conductor, el gran creador, se llama conciencia.

¿Existe una gran conciencia cósmica? Una pregunta a cuya respuesta el ser humano ha nombrado “Dios” y, debido a que no lo comprende, lo ha delimitado de formas diversas a través de la historia y según su cultura.

Sin embargo, recientemente la física de partículas ha descubierto que el cosmos mismo es una especie de red neuronal, que opera tal cual opera la nuestra. Es decir, sí estamos finalmente hechos a imagen y semejanza de Dios, conforme a la Ley de Correspondencia, que dice que los patrones se repiten en todo el universo, y que los patrones prominentes también se pueden encontrarse replicados en una escala muy pequeña.

Cada uno de nosotros, pues, tiene el poder de crear realidades, primero e inevitablemente, las realidades personales, a través de esa red neuronal que poseemos, que conectada con nuestra química emocional conforma la más poderosa de las energías creadoras: la mental, una réplica de la universal. Creamos, nos guste o no, queramos o no. Para eso estamos hechos. La diferencia de crear lo que queremos o lo que no queremos está en la frecuencia de nuestra vibración oscilatoria dominante, o sea, en nuestra resonancia.

Nuestros instrumentos de creación son obviamente los pensamientos, las emociones y los sentimientos, que conforman nuestras creencias. Lo que creemos ocurre y además atrae a otras personas, manifestaciones físicas y situaciones que resuenan con la misa frecuencia. Y es aquí donde todo se descompone, porque sin un esfuerzo consciente de atención, intención y concentración, sin un análisis sobre la racionalidad de lo que creemos, los seres humanos tendemos a resonar bajo o negativamente.

La neurolingüística y otras disciplinas de la sicología han demostrado que un solo minuto de pensamientos negativos debilita el sistema inmunológico por 6 horas, de manera que nos convertimos en hábitats perfectos para virus y bacterias dañinos. Si vivimos resonando con ideas como “no es justo”, “no puedo”, “no encuentro”, lo que se conectará con nosotros es exactamente aquello en lo que estamos poniendo énfasis a través de estos pensamientos. Sí, todo lo que queremos justamente evitar. A esto es a lo que se le ha llamado la Ley de Atracción.

No se trata de decretar lo que queremos si en el fondo no creemos que sea posible. La creencia, portadora de la mezcla poderosa entre pensamiento y emoción reiterados y reforzados, es lo que determina la resonancia, es decir, la frecuencia dominante.

En esta pandemia, ¿usted con qué resuena?