Fernando de las Fuentes

Entre tanto maestro espiritual, gurús del éxito y coaches de la prosperidad, es el poeta inglés Walt Whitman quien, desde mi punto de vista, ha revelado la verdadera naturaleza de la tan anhelada abundancia: “Hoy, antes del alba, subí a las colinas, miré los cielos apretados de luminarias y le dije a mi espíritu: cuando conozcamos todos estos mundos y el placer y la sabiduría de todas las cosas que contienen, ¿estaremos tranquilos y satisfechos? Y mi espíritu dijo: No, ganaremos esas alturas para seguir adelante”.

Me preguntará: ¡¡¿qué diablos tiene que ver eso con la abundancia?!! Pues todo, y me explico: Esa sed de conocer, experimentar, expandirse, ir siempre más allá, es la verdadera abundancia.

Vamos a desmenuzarlo: Supongamos que Walt queda fascinado con uno de esos nuevos mundos y decide quedarse un tiempo para extraer toda la sabiduría, el placer y la experiencia que puede proporcionarle. Aunque tenga mucho de todo lo que quiere, en ese momento ha dejado de producir abundancia. Se queda plácidamente en la escasez, es decir, en aquello que se agotará tarde o temprano, aunque ahora no sepa cuándo, hasta que finalmente comienza a escasear.

Ante tal disyuntiva, Whitman tendría dos opciones: quedarse insatisfecho en ese mundo esperando que le dé más de lo que ya le dio, o abandonarlo y emprender una nueva aventura que, aunque incierta, necesariamente le traerá más de lo que ya tiene.

Obvio, cualquiera optaría por la segunda, me dirá. La primera es ilógica. Entonces, ¿por qué casi todos los humanos pretendemos quedarnos permanentemente donde ya no hay nada para nosotros? Un trabajo aburrido, una relación agotada, una profesión que no amamos, un grupo de amigos que nos deja vacíos por dentro, etc.

Porque creemos fielmente en la escasez, el lenguaje del miedo, que nos asegura que más allá de lo que tenemos no está lo que queremos. Pocos seres humanos se arriesgan a soltar lo que tienen sin ver enfrente lo que habrá de sustituirlo. No soportamos la inseguridad y la incertidumbre, pero la abundancia solo puede darse en el terreno de lo desconocido, el de las posibilidades infinitas.

Tememos que no habrá trabajo ni ingresos, no amor ni vocación ni pasión por algo, no amigos ni paz ni seguridad ni felicidad más allá de lo que ahora hay, y en lugar de agradecerlo y disfrutarlo, lo odiamos y lo repudiamos, porque es insuficiente, doloroso, insatisfactorio. Esto es lo que se llama estado mental de escasez, y desde ahí clamamos a Dios y al universo por abundancia.

Esto es como la famosa frase de “buscar trabajo pidiéndole a Dios no encontrarlo”.

Estamos en el lugar interior equivocado y hacemos todo lo opuesto a la naturaleza de la abundancia: tratar de tener para acumular. La confundimos con “mucho”, “muchísimo”, “excesivo”.

Tenemos, retenemos para acrecentar, acumulamos, llegamos incluso a ser ricos, y creemos que tenemos abundancia. Nada más erróneo. Estamos estancados, viviendo en la escasez, porque la idea que nos guía es que no habrá suficiente más en adelante.

Y me dirá usted que es mejor estancarse en la riqueza que en la pobreza. Yo le diré que no. Uno es infeliz allí donde no ve más que una perspectiva material de vida, rico o pobre; y lo es más cuando no agradece ni aprecia lo que tiene, porque la escasez radica en la insatisfacción, no en la carencia en sí misma, mientras que la abundancia proviene de la gratitud. En resumen, ambas son una actitud hacia la vida, una mala y la otra buena, pero no una cantidad, aunque así las veamos.

Abundancia es lo que siempre hay; por tanto, está en constante circulación; a veces o muchas veces sobra, pero nunca falta, y prospera porque permanentemente cambia. Lo que se acumula se estanca. La abundancia es infinita, la acumulación limitada. La acumulación es vivencia de escasez.

 

@F_DeLasFuentes