¡El placer es mío!

Fernando de las Fuentes

“No existe el placer allí donde no existe más que él”

Gilbert Keith Chesterton

Si usas el placer para alejar el malestar y evitar el dolor, te volverás su esclavo. El intento de incrementar su frecuencia y su intensidad consumirá tu cordura y el vacío que tras esto queda te arrebatará la energía vital.

Según el grado de tu malestar cotidiano será la intensidad de placer que necesites, y de acuerdo a la cantidad del dolor acumulado en tu vida y a la vergüenza que te produzcan tus deseos, será la  perversión del mismo.

Se puede vivir así, ciertamente, pero es la manera más segura de alejar aquello que se busca. El placer sano, liso y llano, sin esa punzada de dolor que da la mala conciencia, solo es posible a través de la intimidad con otro en completa vulnerabilidad, y como resultado de un equilibrio con la responsabilidad, el compromiso y el esfuerzo. De lo contrario se va diluyendo hasta ser únicamente dolor.

Entre las deformidades del placer, aparte de su uso analgésico, está el alivio de la descarga irresistible de una perversión. Cuando hemos sufrido abusos humillantes y profundamente traumatizantes en nuestra infancia, como los de tipo sexual, quedamos marcados, con cierta incapacidad para establecer relaciones del alma, debido a la rabia, la vergüenza y el dolor guardados, acumulados y muchas veces muy ocultos. Esa parte de nosotros que no queremos que alguien vea será un factor de “inmerecimiento” hasta que no hayamos expiado las turbulentas emociones que produce el recuerdo del hecho. En la mayoría de los casos, la única manera de despresurizar el trauma es reproduciendo la conducta del abusador, tanto para comprender su acto, como para compensar nuestra indefensión ante él.

El abuso sexual es uno de los placeres más enfermos y vergonzantes, para quien lo comete y para quien lo sufre. Desafortunadamente, como nos lo han revelado las redes sociales, es también de los más comunes. Hoy en día existen diversos hashtags para las valientes víctimas, pero ninguno para los victimarios, porque eso da todavía más vergüenza. Según los últimos estudios, alrededor de cinco de cada 10 personas han sufrido abuso infantil. Con cuántos #yosoyundepredadorsexual convivimos diariamente sin darnos cuenta.

Esto es importante porque podría parecer que el placer perverso es solo de psicópatas, pero no. Desafortunadamente una sola distorsión tan grave como esta entre la gente común y corriente, va enfermando sociedades poco a poco, mientras crece silenciosa.

En cualquier caso, una vida basada en la creencia de que el placer viene y se va a su gusto, nunca a nuestra satisfacción, es una vida trivial. Pensar que es un asunto personal, simplemente una cuestión de lo que me gusta y no, de cómo me hace sentir esto o aquello, de estar bien o estar mal, es desperdiciar el enorme potencial del placer no solo para establecer genuinas y profundas relaciones, sino para crecer espiritualmente. Dice el escritor y maestro de yoga español Ramiro Antonio Calle Capilla: “el placer embota e incluso embrutece a algunos, pero si se sabe tomarlo como trampolín, ayuda a elevar la conciencia”.

Administrar el placer, esa es la clave. Y se puede:

Hay que tener conciencia de su naturaleza conectiva. El placer es antes que nada el vehículo del amor. Es pues, la única forma de establecer una relación genuina, profunda y satisfactoria, con otros, con nosotros mismos, con la naturaleza, con otras especies, con Dios.

En nuestra relación con nosotros mismos, el placer debe ser producto de la postergación. Quien sabe recompensarse, que no compensarse, después de merecerlo, siente el placer en la justa y satisfactoria medida en que lo ha estado esperando. Quien sin ganárselo trata de sentirlo, tendrá una experiencia efímera y vaciante.

El buen placer, aquel cuya satisfacción nos dura y su recuerdo lo reactiva, es nuestro, siempre que nos lo hayamos ganado. El placer es, pues, de quien lo trabaja.

(Militante del PRI)

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