Fernando de las Fuentes

"La cabeza es el órgano que tuerce la conciencia"

Joseph Campbell

El héroe no pretende madurar o ampliar su conciencia. Quiere salirse con la suya, resolver un problema o realizar una proeza para ser admirado. Aunque, gracias a Dios, no pocos realizan actos heroicos por satisfacción personal en la vida cotidiana. En este caso, sin embargo, hablamos de esas zagas heroicas que son parábolas del crecimiento interior.

En esta tercera entrega, el héroe finalmente está a punto de atravesar el umbral que lo llevará a comenzar una transformación profunda, generalmente sin darse cuenta hasta que haya sucedido.

Puede haber un guardián en el umbral. Quizá una esfinge que nos recete un acertijo para dejarnos continuar. En el caso de Dorothy, en camino a la Ciudad Esmeralda, este punto del camino fue la casa del amable Boq, la última antes de salir del territorio munchkin.

Su anfitrión, al conocer su propósito, le advierte de los peligros que pueden esperarla en el camino. A pesar de su temor, Dorothy toma la valiente resolución de no volverse atrás, a la hospitalidad de los Munchkins, pues sólo el Gran Oz podrá ayudarla a regresar a Kansas.

El héroe, resuelto, está dando ya su primer paso hacia lo desconocido. Lo impulsa una gran necesidad, como a Dorothy, o un gran sufrimiento. En nuestra vida interior esto representa enfrentarnos por primera vez a la realidad de que somos los responsables de nuestra triste situación. Culpar a los demás ya no nos convence ni a nosotros mismos.

Esto es un golpe demoledor al ego. Tenemos que sentir que nos quedamos sin aire, se nos enchina la piel y se estremece el cuerpo. Hay una punzada intensa de dolor. De eso se trata.

Este dolor es el guardián del umbral interior. Si pasamos la prueba, podremos seguir el recorrido. Muchos, no obstante, retroceden horrorizados, se regresan a su zona de confort y hacen como si nunca hubieran salido de ahí, pero, ¡oh sorpresa!, su malestar de vivir irá aumentando, porque algo en su interior despertó y ahora grita pidiendo atención. Más tarde o más temprano, tendrán que reemprender el camino.

Ya en terreno desconocido, es frecuente que el héroe encuentre ayudantes, acompañantes o mentores. Dorothy se topa primero con el espantapájaros, que busca un cerebro sin darse cuenta de que ya piensa; luego, con el hombre de hojalata, que desea un corazón sin percatarse de que sí siente, y finalmente con el león, que anhela valor porque cree que es el remedio para el miedo. Todos estos personajes nos dicen algo del ser humano: en principio, que ya somos todo aquello que quisiéramos y pudiéramos ser; sólo hay que hacer el recorrido interior que nos lleve a encontrar cada aspecto que deseamos o rechazamos en los demás, para ­desarrollarlo o dominarlo en nosotros. Las primeras veces será el camino del héroe. Después se convertirá en la exploración del iniciado.

La diferencia es que el héroe, inocente, va desprevenido junto con sus fieles compañeros, sacando valor ante lo desconocido; el iniciado, en cambio, con calma y solitario, sabe ya hacia dónde se dirige, porque ha hecho muchas veces el camino, pero nunca está completamente preparado para lo que encontrará. Así es este asunto de la conciencia, siempre novedoso.

Ahora bien, la conciencia no está en la cabeza. Am­pliarla requiere más corazón y estómago que cerebro, más sentir que pensar. Dice Joseph Campbell, autor de la teoría del camino del héroe, que hay conciencia en todo el cuerpo: “todo el mundo viviente está informado por la conciencia”.

Bajar la vida de la cabeza al resto del cuerpo es la primera experiencia transformadora del héroe. A partir de aquí, el camino nos llevará sin remedio hacia nuestra zona oscura: necesidad de aceptación, miedo al abandono, resentimientos por viejas heridas, como traiciones, abusos, injusticias, y amarguras por expectativas incumplidas.

Y ahí va Dorothy, desprevenida, a encontrarse con la Malvada Bruja del Oeste.


(Militante del PRI)
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