Fernando de las Fuentes

Sólo en la fortuna adversa se hallan
las grandes lecciones del heroísmo

Séneca

Ningún héroe nace, se hace, y no por gusto, ciertamente. Eso nos queda muy claro en las parábolas; por ejemplo, cuando Dorothy, ­arrancada de Kansas por un tornado, aterriza con todo y casa en Oz, matando con ello a la Bruja Mala del Este.

Aquí comienza una fascinante aventura, durante la cual encontrará compañeros entrañables de viaje, retos, ten­taciones y ayuda para enfrentarse y derrotar a la Malvada Bruja del Oeste. Tendrá experiencias que la harán cambiar y al final, en su encuentro con el mago de Oz en la Ciudad Esmeralda, una revelación que la transformará definitivamente. Luego retornará al punto de partida, Kansas. Su vida ya no será la misma. 

He citado a Dorothy, porque El Mago de Oz es uno de los relatos más conocidos y modernos que representa el llamado monomito del héroe; es decir, el mismo recorrido, el periplo con diferentes protagonistas, ­situaciones, lugares, épocas, personajes, etc. Así lo es, también, Alicia en el País de las Maravillas. Pero los héroes y heroínas más representativos, y antiguos, son Inana, Ulises, Odiseo, Eneas, Perséfone, entre otros.

El monomito del héroe no es otra cosa que el camino interior de crecimiento, la ruta del despertar de la conciencia, que nos llevará siempre al punto del que partimos, pero un escalón de conciencia más arriba. La vida se vive en espiral. Se supone que cada vuelta dejemos de ser los mismos.

Sin embargo, tratándose de nosotros y la vida ­real, lo común es que ese recorrido no se vea más que como una molestia que hay que darse para resolver problemas, con el propósito de volver a quedarnos sin ellos, tranquilos, seguros, a salvo y confortables, pero chiquitos, limitados, sin otro recurso que el autoengaño, pues dejamos pasar nuestra gran oportunidad de que ­existir se convierta en una maravillosa aventura.

Si rechazamos la aventura, experimentarla paso a paso, alertas y bien dispuestos, nunca tendremos esa expe­riencia espiritual que, justo por desconocida, será tan fascinante que querremos volver a dejar Kansas.

Así que pongámonos en el caso de que aceptamos el llamado a la aventura. El héroe despierta y va en pos de lo que le depare el destino, alegre y osado, pero atento, prudente. Hemos dado el primer paso. Pocos lo hacen. No obstante, estamos apenas en el principio y nuestra convicción es frágil. Antes de pasar el primer umbral de cambio podemos sucumbir al temor.

Parte el héroe en muchas ocasiones acompañado de un fiel paje o una inseparable mascota, que representan en la realidad a nuestra alma. Sin ella no habrá ni viaje ni aprendizaje, sólo disgusto, porque sin su dirección el ego es mentalmente lerdo y sedentario.

La confusión es el estado mental dominante en esta etapa. El héroe conversa y expresa sus dudas y temores a su leal acompañante, ante la incertidumbre de lo que habrá después si continúa. Tiene frente a sí el umbral de lo desconocido. Del otro lado está el principio de la transformación.

Aquí, el héroe o heroína recibe siempre ayuda oportuna y muchas veces sobrenatural, que la anima a continuar el periplo. A Dorothy la encuentra la Bruja buena del Norte, Locasta, que le entrega las invaluables zapati­llas que la llevarán de regreso a casa, rojas en la película, de plata en el relato, así como un beso para protegerla. Está lista para atravesar el umbral.

Me gustaría continuar el recorrido sin interrupciones, pero desafortunadamente, muchos héroes despiertos dejan de serlo aquí. No soportan ni la confusión ni la incertidumbre, y se regresan a sus zonas de confort a echar una siestecita.

En nuestra vida real, en este punto, está la primera renuncia: hay que acabar con esa relación, irse de ese trabajo, vender ese bien, dejar esa adicción. ¿Cuántas veces no hemos podido? Pero no se preocupe, la oportunidad de iniciar la odisea interior es eterna.


(Militante del PRI)
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