Fernando de las Fuentes

Detrás de toda guerra, conflicto civil, linchamiento, batalla personal o contienda política hay un fabricante de enemigos: alguien que te hace creer que quien piensa diferente a ti amenaza tu identidad, tu patrimonio, a tus seres queridos y/o aun tu vida. Del tamaño del miedo que desarrolles será tu odio, tu capacidad de ser malvado y, por supuesto, de justificarte.

Ese fabricante de enemigos puede ser un experto “amarranavajas”, tu mejor amigo, cualquiera que esté suficientemente asustado o tú mismo, esa voz interna que te llena de temores, dudas, inseguridades, hasta ponerte paranoico y ordenarte acabar con aquellos que te arrebatarían todo lo que tienes si te descuidas, e incluso torturarlos cruelmente, porque es lo que desearían hacerte si pudieran.

En ese momento de miedo incontrolable se derrumba la razón y, por tanto, las consideraciones éticas y los valores morales desaparecen: el enemigo ya no es humano, alguien como nosotros pero con otra opinión, otras circunstancias, otros dolores y otras desesperaciones. Ahora es diabólico; hay que combatirlo con furia incontenida.

Todos, absolutamente todos podemos llegar a ese extremo. No hace falta más que la mezcla exacta de factores.

Para ilustrar, cito al reconocido escritor y filósofo Umberto Eco: “Véase qué le sucedió a Estados Unidos cuando desapareció el imperio del mal y se disolvió el gran enemigo soviético: peligraba su identidad, hasta que Bin Laden, acordándose de los beneficios recibidos cuando lo ayudaban contra la Unión Soviética, tendió hacia Estados Unidos su mano misericordiosa, y le proporcionó… la oportunidad de crear nuevos enemigos, reforzando el sentimiento de identidad nacional y su poder”.

Hay quien, como Eco, entiende el origen y propósito de esta clase de confrontaciones, pero en general la gente ve solo al enemigo. Sumemos las paranoias individuales que se van generando, con o sin manipulación, y se contagiará ese pánico y esa furia que nos pueden llevar a cometer verdaderas atrocidades.

El capítulo quizá más vergonzante y aterrante de maldad en la historia de la humanidad es la cruzada de la Inquisición contra los herejes, y particularmente contra las brujas y los brujos, instrumentos de Satanás para corromper al mundo. Las herramientas y las formas de tortura desarrolladas (algunas de las cuales aún se utilizan en cárceles del mundo, según Phil Zimbardo, creador y operador del Experimento Stanford) no tienen igual en ningún episodio de crueldad humana que pueda rememorarse, individual o colectiva.

El enemigo, sin embargo, es alguien que en otras circunstancias podría llegar a ser incluso nuestro amigo. Es un igual, pero en condiciones de vida diferentes, con percepciones diferentes, que nosotros mismos desarrollaríamos de estar en su lugar.

Parafraseando de nuevo a Eco, cuando intentamos ponernos en lugar de nuestro enemigo para entenderlo, surge la instancia ética, renacen los valores, porque establecemos un vínculo de empatía que reduce al máximo el miedo.

Es cuando nos damos cuenta de que ese “monstruo” no es más que una creación de la mente, una mentira. La maldad, entonces, es producto de la mentira, de una visión deformada de la realidad.

Hay ciertamente malvados incomprensibles aun para quienes estudian la psicología de la maldad, pero en la mayoría de los casos ésta es producto de una ilusión aterradora: no solo un enemigo imaginario, sino uno que es avasallador, porque como es “solo nuestro”, individualizado, aunque sea común, conoce nuestras debilidades, de manera que estamos ante él indefensos. Y con el fuego con que lo atacamos nos autoinmolamos.

Si usted analiza las redes sociales hoy en día, en México particularmente, es una pena observar el conflicto que existe entre mexicanos que tienen diferente posición política. Se insultan constantemente, en ocasiones con maldad, desahogando sus tensiones personales y abonando al caldo de cultivo de los odios entre compatriotas. Una tristeza para un país que necesita un pueblo solidario y cooperativo.