Fernando de las Fuentes

Vivimos en la época de la consecución de autoestima, nada más engañoso para el desarrollo humano, porque permítame decirle que solo la necesita quien se autodesprecia. Ni más ni menos. ¿Cómo reconocer el autodesprecio?: todo lo malo que pensamos de los demás y sentimos por ellos, en ese fuero interno “muy secreto”, es justo lo que pensamos y sentimos respecto de nosotros mismos.

Hay otra manera infalible de detectarlo: quien no acepta equivocarse ni que le lleven la contraria, se autodesprecia enmascarado con autoestima. Mientras más terco, más autodesprecio.

En fin, que no hay prácticamente ser humano que en algún aspecto de su personalidad no piense mal de sí mismo, e incluso se autodesprecie, simple y sencillamente porque somos seres sociales y nos “medimos” a nosotros mismos de acuerdo a los cánones que la sociedad nos impone, independientemente de la época, la cultura, la región y la religión.

Esos cánones nos son suministrados emocionalmente por nuestros padres en la infancia, negativamente en la mayoría de los casos, mediante expectativas poco realistas, maltratos verbales, ausencias físicas y/o afectivas, desatenciones, comparaciones, etc.

Si al incipiente auto rechazo de la niñez –que nos producen quienes se supone que debieran hacernos sentir valiosos–, sumamos frustraciones acumuladas, autoexigencias y descalificaciones propias y ajenas, arribaremos sin duda al autodesprecio, que es una actitud mental, a la cual va asociado necesariamente el odio por nosotros mismos, que es una emoción. La combinación de ambas nos devasta física y psíquicamente.

El autodesprecio es un callejón sin salida, porque las personas que han aprendido a odiarse a sí mismas solo ven lo que consideran su lado “malo” o deficitario. Cambiar el enfoque para estimarse a sí mismo implica relacionarse de una manera diferente con los cánones a partir de los cuales nos autodevaluamos, y por eso la autoestima es una trampa. Y, mire, esta es, justamente, la buena noticia.

Existen variadas definiciones de autoestima, pero vayamos a la más común y extendida: realizar valoraciones y juicios positivos sobre uno mismo, pero, sobre todo, creérselos. O sea, haciendo las mimas comparaciones que hemos hecho siempre para autodevaluarnos, obtendremos esta vez resultados favorables, porque cambiaremos la perspectiva. Ganaremos el juicio, y viviremos en juicio, porque la tendencia al autodesprecio subsistirá mientras lo haga la competencia.

La autoestima, se cree comúnmente, nos proporciona seguridad, reconocimiento y éxito en cualquier cosa que emprendamos. A partir de ella podemos establecer relaciones sanas y alcanzar la felicidad.

Pues déjeme decirle que estas creencias son parte de la trampa. La American Psychological Association ha encontrado que los altos niveles de autoestima están relacionados con el narcisismo, el egoísmo, la arrogancia, el autoengaño y la defensividad ante comentarios sinceros. O sea, cubre, pero no sustituye el autodesprecio.

Afortunadamente, la segunda buena noticia es que podemos relacionarnos con nosotros mismos más allá de la autoestima, es decir, trascender el terreno del ego, porque ese es el campo fértil para las valoraciones y los juicios, por muy positivos que sean.

El concepto correcto es autoconciencia, que es la capacidad de ser consciente de lo que pensamos, sentimos y hacemos. La mayoría de las personas se pone el “piloto automático” nada más despertar, y así transcurre todo su día, sin apenas saber de sí mismas.

La autoconciencia nos permite desprendernos de la competencia, de los pensamientos negativos o inútiles, de las emociones que envenenan y, sobre todo, cuestionar nuestras creencias, esas que nos han ido hundiendo.

A esto sigue la autoaceptación. Si los conceptos de bueno y malo que veníamos manejando ya no nos son útiles, ser exactamente como somos ya no tiene problema. Abrazarnos por dentro desde esta perspectiva es darnos el reconocimiento por el que tanto nos habíamos desgastado.

¿La autoestima es necesaria? Sí, pero no es la meta. A menos que quiera vivir estresado y ansioso por conseguirla, pase a la siguiente puerta.