Al menos mil 500 millones de pesos comprometió el sector privado durante una cena ofrecida por el presidente Andrés Manuel López Obrador en Palacio Nacional a cien integrantes del sector privado para solicitar apoyo al sorteo del próximo 15 de septiembre por el premio equivalente al avión presidencial.

Así lo informó el jefe del Ejecutivo federal en diálogo matutino con medios de comunicación, donde expresó su satisfacción por el respaldo al sorteo: “Tengo que agradecer mucho a los empresarios, es un reconocimiento muy especial. Primero, porque asistieron; los convocamos y participaron; se les hizo una exposición del porqué se toma la decisión de rifar el avión presidencial o la cantidad de dinero que significa ese avión.”

“Es un acto aleccionador para que nunca, jamás, nadie se atreva a ofender de esa manera al pueblo de México, que se terminen esos excesos. Esto lo entendieron muy bien los empresarios ayer. Tan lo entendieron, que ayer ya obtuvimos compromisos por mil 500 millones de pesos.” (gob.mx)

 

Los empresarios que fueron entrevistados, al entrar o salir de la cena, mostraron el acuerdo con la propuesta del presidente y, al menos hasta la fecha, no ha habido disidencia. No cabe duda que las relaciones de poder son dialécticas, por lo que trataré de buscar en Hermann Heller, jurista y politólogo alemán, alguna luz, alguna explicación.

Dice Heller que la sociedad capitalista de clases no se caracteriza, como se dice, por el hecho de que en ella el “débil” Estado se abstenga de intervenir en la vida económica. Tal idea pertenece al arsenal de las ideologías encubridoras. Pues se trata justamente del Estado que despliega a la vez, en la época clásica del imperialismo, una potencia hasta entonces desconocida. El verdadero lema de la sociedad civil no es, en modo alguno, la ausencia de intervención, sino la movilización privada del poder estatal para una poderosa intervención en el campo económico. Citemos el más convincente ejemplo: el patrón y el obrero aparecen frente a frente como partes jurídicamente libres, e iguales de un contrato; pero el patrón es el señor en su casa, es decir, como propietario de los medios de producción, dispone de modo soberano, por la ordenación de su fábrica, sobre la ordenación del trabajo y, para velar por su observancia, tiene también a su disposición los medios coactivos del Estado.

Cuanto más enérgicamente se hayan atacado las formas tradicionales del poder y más se hayan proclamado la igualdad de derecho público y, a la vez, de modo exclusivo se haya basado el poder sobre la economía, más patente la contradicción, y más fuerte la oposición contra la clase dominante.

En las situaciones sociales más primitivas se encuentran ya relaciones de dominación asentadas sobre las diferenciaciones naturales de la edad, sexo y aptitud personal. Tales distinciones no engendran clases sociales porque los privilegios que se les adscriben no son hereditarios ni pueden comprarse. Con mayor motivo una cultura superior ha de requerir un orden jerárquico. En el propósito de justificar la organización clasista de la sociedad civil se ha llegado a considerar la dominación de la clase superior como el resultado de la desigualdad natural de los hombres, cuando no se prefirió negarla pura y simplemente, o legitimarla en cualquier forma como cosa tradicional. La superioridad “natural” de la clase dominante se justificaba hace algún tiempo, en general, sobre bases darwinianas y después sobre los postulados de la teoría racista.

No cabe duda que el orden de dominación basado en el nacimiento estaba también condicionado económicamente y había acarreado el enriquecimiento económico de los estamentos dominantes. Pero existe una importante diferencia política-psicológica entre ese orden de dominación y el clasista, que Sombart formuló plásticamente de la manera siguiente:

 “-¿Quién eres tú?, se preguntaba antes.

  -Un poderoso. Luego eres rico.

  -¿Qué eres tú?, se interroga ahora.

  -Un rico. Luego eres poderoso.”

 

José Vega Bautista

@Pepevegasicilia

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