José Manuel Castro Flores
La creación de la Secretaría de Educación Pública (SEP) ha sido la decisión más importante del Estado mexicano en materia de política educativa. Hace cien años el gobierno del general Álvaro Obregón y los congresos estatales y federal establecieron una institución nueva para responder a las demandas educativas de la Revolución. Desde entonces la SEP ha dirigido la educación del país.
En la fundación de la Secretaría participaron de manera entusiasta una gran cantidad de maestros, intelectuales, artistas y políticos. Muchos de ellos, jóvenes entonces, se convertirían tiempo después en protagonistas destacados de la educación y la cultura nacional. El México actual sería impensable sin sus aportes.
En sus primeros cuatro años de vida, ante la tarea de construir el Estado posrevolucionario, la nueva Secretaría asume la responsabilidad de forjar la identidad nacional y formar integralmente a los nuevos ciudadanos. En un país que se esforzaba por dejar atrás la guerra civil, construyó escuelas y formó (e improvisó) maestros; impulsó la lectura −fundó bibliotecas, editó libros, organizó campañas de alfabetización−, promovió la creación artística –la música, las artes plásticas, el dibujo− y alentó el surgimiento del muralismo.
De todo esto trata la breve historia que se cuenta en las siguientes páginas. No es un balance ni un análisis de la primera gestión de la Secretaría, aunque se proporcionan algunos datos para dimensionar el trabajo emprendido en aquellos años. Es sobretodo un relato, construido desde la perspectiva de José Vasconcelos, primer secretario de educación y protagonista apasionado de esta odisea.
Destierro fecundo
Victoriano Huerta, derrotado por las fuerzas revolucionarias −la División del Norte había desbaratado al ejército federal en Zacatecas un mes antes−, renunció a la presidencia y salió exiliado del país el 15 de julio de 1914. Las fuerzas triunfantes se reunieron en la Convención de Aguascalientes para buscar el diálogo y los acuerdos que evitaran el conflicto armado que se avizoraba. La Convención de Aguascalientes (10 de octubre al 9 de noviembre de 1914) se declaró libre y soberana, eligió al general Eulalio Gutiérrez Ortiz como presidente interino de la República y cesó a Venustiano Carranza y a Francisco Villa de sus respectivos cargos, para disminuir la tensión entre las fracciones que encabezaban. Venustiano Carranza desconoció a la Convención y se apertrechó en Veracruz para preparar la guerra inminente contra la División del Norte.
La presidencia de Eulalio Gutiérrez fue efímera, duró poco más de dos meses, del 6 de noviembre de 1914 al 16 de enero de 1915. Las contradicciones entre convencionistas y carrancistas, que a la postre resultaron insalvables, y los conflictos de la nueva presidencia con villistas y zapatistas en la Ciudad de México, hicieron fracasar el primer gobierno de la Convención. José Vasconcelos, que participó en la Convención como asesor civil del general Antonio I. Villarreal, se incorporó al gabinete del gobierno convencionista como Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes.
Ante la caída de la Convención y el ascenso del carrancismo, José Vasconcelos se exilió del país durante cinco años (1915-1920). Vivió la mayor parte del tiempo en ciudades de Estados Unidos –Nueva York, San Antonio, Nueva Orleans, San Diego y Los Ángeles− y en Lima, Perú, donde fue representante por ocho meses de una compañía norteamericana de cursos por correspondencia para obreros.
El destierro tuvo emociones intensas, ilusiones con negocios quiméricos, momentos de penuria económica, pero también trabajo intelectual fecundo. Vasconcelos escribió sus primeros tres libros en Estados Unidos (Pitágoras, una teoría del ritmo, El monismo estético y Estudios indostánicos) y perfiló el proyecto educativo que impulsaría años más tarde desde el Ministro de Educación. Redescubrió las bibliotecas norteamericanas −las conoció de niño cuando estudió en Eagle Pass, Texas y vivió con su familia en Piedras Negras. Coahuila−. En Nueva Orleans, recuerda Vasconcelos en La tormenta, segunda parte de sus memorias Ulises Criollo: “Me pasaba el día en la Biblioteca −muy superior a las de Texas−, sin los esplendores de la de Nueva York, pero suficiente para el que no anda en busca de manuscritos raros” (Vasconcelos, 1948: 480).
Ante el desarraigo, se refugió en las bibliotecas y en la antigüedad clásica: “Expulsado de mi país por las balas de Carranza y por el asco de la situación que triunfaba, me encerré en la Biblioteca y así tuve por patria a la filosofía griega” (Vasconcelos, 1948: 331). En ese tiempo tradujo a Plotino (algunos de los capítulos del Plotino de la colección de los “Clásicos Verdes” son traducciones de Vasconcelos).
Años más tarde, ya como Secretario de Educación, en la conferencia que dictó en el Memorial Hall de Washington, Vasconcelos confesaría: "Tratamos ahora de imitar las admirables bibliotecas norteamericanas, y en tal virtud, sin cambiar mucho las viejas instituciones, celosas de sus tesoros, la Secretaría de Educación ha creado pequeñas bibliotecas populares que ha distribuido por todo el país” (Vasconcelos, 2011b: 237).[1]
La experiencia educativa de la revolución rusa, que Vasconcelos seguía atentamente desde Los Ángeles, influyó de manera importante en su pensamiento. "En los cafés y modestas fondas, pasamos horas largas discutiendo los métodos de Lenin o las novedades de Lunacharsky. Una de ellas le copié cuando me tocó dirigir la educación de México: la edición de los clásicos, que ciertos escritores de renombre local me han criticado suponiendo que se trataba de una medida aristocrática” (Vasconcelos, 1948: 561).
Tiempo después, cuando el Consejo Universitario analizaba las diferentes propuestas de creación del ministerio de educación para enviar una al Congreso, Vasconcelos las desechó todas, aunque había “proyectos sabios” −don Ezequiel Chávez “escribió un libro impecable”, reconocería−, porque él ya tenía en la imaginación la ley educativa: “La tenía en la cabeza desde mi destierro de Los Ángeles antes que soñara volver a ser Ministro de Educación, y mientras leía lo que en Rusia estaba haciendo Lunacharsky” (Vasconcelos, 1951: 19).
La vuelta a su país estaba próxima para Vasconcelos. En México se acercaban las elecciones presidenciales de 1920 y los distintos bandos empezaban a fijar sus posiciones. El presidente Venustiano Carranza quería como sucesor a un civil, e impuso al ingeniero Ignacio Bonilla, embajador en Washington, como candidato oficial a la presidencia. Pretendía, de esta manera, coartar las aspiraciones de los generales Álvaro Obregón y Pablo González, quienes contaban con la simpatía de la mayor parte del Ejército; error político que pagaría con su vida. Los revolucionarios sonorenses, encabezados formalmente por Adolfo de la Huerta, gobernador del estado, proclamaron el Plan de Agua Prieta, que desconocía la autoridad de Venustiano Carranza. Éste, debilitado por la falta de apoyo militar, abandonó la capital del país y se dirigió a la ciudad de Veracruz para resguardarse en ella, como lo había hecho cinco años antes. En el camino al puerto fue asesinado por tropas de Rodolfo Herrera en Tlaxcalantongo, Puebla el 21 de mayo de ese año.
En los últimos meses de su exilio, Vasconcelos estrechó la relación con Obregón y los sonorenses. En Los Ángeles, poco antes de iniciar la campaña por la presidencia de la República, el general Obregón se reunió con Vasconcelos y otros anticarrancistas que vivían también en el destierro. Vasconcelos, memorioso y de rencores perennes, no olvidaba el doble juego de Obregón en la Convención de Aguascalientes. A bocajarro le espetó: “Seguirá usted hasta el fin, como Madero o aceptará usted una derrota indigna, por lealtad al Primer Jefe”. Obregón salió al paso del reclamo con su campechanería y encanto personal de entonces: pidió a los presentes en la reunión olvidar el pasado y prometió hacer las cosas bien para que en el futuro no hubiera descontento (Vasconcelos, 1948: 565 y 566).
Al poco tiempo de la entrevista, el general Antonio I. Villarreal (quien también sería ministro en el gabinete de Obregón) buscó a Vasconcelos para entregarle un dinero que le enviaba Adolfo de la Huerta para que se incorporara al movimiento en México: “Y mire −añadió Villarreal sacándose del cinto quinientos pesos mexicanos oro− aquí le manda Fito y dice que le apunta a usted un caballo” (Vasconcelos, 1948: 574). No deja de ser irónico que años antes, en San Antonio, Texas, Vasconcelos había apostado un caballo a la caída de Carranza a Adolfo de la Huerta, el futuro promulgador del Plan de Agua Prieta.
Ya en la Ciudad de México, Miguel Alessio Robles −cercano a Obregón y próximo secretario particular del presidente De la Huerta− sondea a Vasconcelos sobre su deseo de hacerse cargo de la rectoría de la Universidad Nacional. Su reacción inmediata fue de rechazo al ofrecimiento: “Ah, no, Alessio; entonces no se preocupe; a una Universidad, con los lineamientos que le dejaron los carrancistas, yo no me paro… A menos −reflexioné al instante−, a menos que vaya allí a deshacer el mal que hizo Carranza y a tomar a la Universidad como base de un Ministerio que no soñó ni don Justo...” (Vasconcelos, 1948: 577).
Una Secretaría de Educación para toda la República
La Constitución de 1917 transfirió la responsabilidad de la educación básica a los municipios y suprimió la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, creada en 1905 por Porfirio Díaz a instancias de Justo Sierra, quien fue su primer titular, del 1° de julio de 1905 al 24 de marzo de 1911. En lugar de la Secretaría estableció el Departamento Universitario y de Bellas Artes, para que se hiciera cargo de la Universidad Nacional y de algunas escuelas, ya que la mayoría de éstas dependía del Distrito Federal. En sus memorias, Vasconcelos critica esta ley irregular: “Por anómala, disparatada ley carranclana, dependían de la Universidad en aquella época diferentes escuelas secundarias y la Dirección Normal y Primaria, con algunas escuelas primarias” (Vasconcelos, 1948: 585).
Pronto fue evidente que los ayuntamientos no tenían ni la capacidad económica ni pedagógica para garantizar a su población una educación laica, obligatoria y gratuita, como lo mandataba la Constitución. Muchas escuelas tuvieron que cerrar. Sólo en la Ciudad de México casi el 60% de las escuelas Elementales y Superiores desaparecieron en tan sólo dos años. En los estados la educación no corría con mejor suerte, ya que los municipios carecían de recursos suficientes y los pocos que quedaban en las arcas, se convertían frecuentemente en botín de caciques y políticos locales (Gómez, 1982). A estas alturas era patente la necesidad de una instancia de carácter nacional que coordinara y diera rumbo a la acción educativa de la Revolución.
Al llegar a la rectoría de la Universidad Nacional en junio de 1920, José Vasconcelos se asume como el enviado de la Revolución para transformar la educación de la República. En su discurso de toma de posesión se muestra convencido de que el “Departamento Universitario, tal como está organizado, no puede servir eficazmente la causa de la educación nacional” y de que “no es posible obtener ningún resultado provechoso en la obra de educación del pueblo, si no transformamos radicalmente la ley que hoy rige la educación pública, si no constituimos un Ministerio Federal de Educación Pública” (Vasconcelos, 2014: 95 y 96). El rector pide a la Universidad que trabaje por el pueblo y define claramente la tarea de los próximos meses: “Vamos casi a suspender las labores universitarias, para dedicar todas nuestras fuerzas al estudio de un programa regenerador de la educación pública. De esta Universidad debe salir la ley que dé forma al Ministerio de Educación Pública Federal que todo el país espera con ansia” (Vasconcelos, 2014: 97).
El 22 de octubre de ese mismo año, una vez discutida y aprobada por el Consejo Universitario la propuesta de Vasconcelos, se presentó a las cámaras la iniciativa de ley para reformar la Constituciónón y crear la Secretaría de Educación Pública; la iniciativa, para ser aprobada, requería del voto mayoritario del Congreso y de las dos terceras partes de las 28 legislaturas locales.
Vasconcelos viajó a los estados de la República para entusiasmar a los maestros y a la población con la nueva Secretaría y, de esta manera, presionar y convencer a los gobernadores y diputados de dar su voto favorable a la reforma constitucional. En El desastre, el tercer libro de Ulises Criollo, valora la gira por las entidades federativas: “Parte del más brillante grupo universitario me acompañaba en misión de agente viajero de la cultura. De oradores, Antonio Caso y Gómez Rovelo; de Embajador de la pintura, Montenegro, y Carlos Pellicer y Jaime Torres Bodet, para colmar el afán de poesía que late bajo la capa de sus incomprensiones y desengaños en todo público mexicano” (Vasconcelos, 1951: 11).
El próximo ministro y su equipo asistieron a fiestas y convites celebrados en su honor; hablaron sobre la nueva Secretaría, pero también de patriotismo y filosofía; iniciaron una escuela de cerámica en Aguascalientes y prometieron abrir una escuela industrial para señoritas en Guadalajara; declamaron poesías, pintaron acuarelas y decoraron platos de cerámica de Oaxaca. Para asegurar el voto favorable, Vasconcelos no dudo en amenazar a los “intrigantillos y pedantes” de algunas legislaturas que obstaculizaban la reforma: “Al que se oponga los señalaré como enemigo de la cultura y no volverá a ser electo, (…)” (Vasconcelos, 1951: 14). La intervención de la Secretaría de Gobernación, a cargo del general Plutarco Elías Calles –aliado coyuntural y después enemigo de Vasconcelos− fue de gran importancia para cabildear con gobernadores y diputados la aprobación de la ley de educación.
Para persuadir a los diputados, los llevaron a recorrer las escuelas de la Ciudad de México que el Departamento Universitario estaban reformando. En sus memorias, Vasconcelos resalta la visita a la escuela primaria de la colonia La Bolsa, una de las más pobres y peligrosas, en la que estaban impulsando junto con los padres de familia, antes del trabajo propiamente educativo, una campaña sanitaria (extirpación de piojos, curación de sarna y lavado de ropa). En la escuela se proporcionaba gratuitamente el desayuno a todos los estudiantes. (Vasconcelos, 1951: 60 y 61).
Desde el Departamento Universitario (que incluía a la rectoría de la Universidad), Vasconcelos, con el apoyo político y financiero de los generales Obregón y De la Huerta, además de reformar las escuelas del Distrito Federal, impulsaba acciones propias del Ministerio de Educación, cuyo nacimiento aún se estaba discutiendo en las cámaras. Inició la construcción del edificio de la Secretaría, la publicación de los “Clásicos Verdes” y la revista bimensual El Maestro; estableció la Dirección General de Educación Técnica, desde donde se crearon las escuelas de Ferrocarriles, Industrias Textiles, Nacional de Maestros Constructores, Tecnológica para Maestros, Técnica de Artes y Oficios, Nacional de Artes Gráficas, Técnica de Taquimecanógrafos y la escuela Hogar para Señoritas "Gabriela Mistral" (Secretaría de Educación Pública, 2015).
Aunque la iniciativa de ley se envió a las cámaras durante el interinato de Adolfo de la Huerta, fue en el gobierno de Álvaro Obregón cuando el Congreso aprobó la reforma constitucional. El 25 de junio de 1921 el Presidente anunció el decreto de creación, pero lo promulgó hasta el 29 de septiembre. Días después, el Diario Oficial de la Federación publicó: “El Congreso de los Estados Unidos Mexicanos decreta: Artículo Primero: se establece una Secretaría de Estado que se denominará Secretaría de Educación Pública” (DOF, 3 de octubre de 1921).
Organización y funciones de la nueva Secretaría
La ley de educación creó una Secretaría con atribuciones en todo el país, organizada funcionalmente en tres departamentos principales. “Al principio fue una especie de inspiración pitagórica”, presumió Vasconcelos en su conferencia en Washington. “Lo que está bien nos dijimos, debe responder al número y medida, y en tal virtud resolvimos dividir el ministerio en tres grandes ramas” (Vasconcelos, 2011b): i) el Departamento Escolar, cuyo propósito era crear escuelas, coordinar su funcionamiento y definir los programas de estudio de todos los niveles, excepto los de la universidad; ii) el Departamento de Bibliotecas, responsable de complementar la formación escolar de niños y adultos con la cultura de los libros, y iii) el Departamento de Bellas Artes, encargado de coordinar la enseñanza de canto, dibujo y gimnasia en las escuelas y dirigir a “todas las instituciones de cultura artística superior, tal como la Antigua Academia de Bellas Artes, el Museo Nacional y el Conservatorio de Música” (Vasconcelos, 1951: 20).
La Secretaria disponía también de dos departamentos auxiliares de carácter provisional: el Departamento de Enseñanza Indígena, que tenía la finalidad de enseñar el español a los indígenas monolingües, para que pudieran incorporarse a las escuelas comunes; y el Departamento de Desanalfabetización, cuya misión era enseñar a leer y a escribir a la población hispanohablante.
La Secretaría de Educación estableció convenios de colaboración con los estados para apoyar a los planteles ya establecidos y abrir escuelas en los municipios donde no hubieran. Por lo general, la federación se hizo cargo de la educación rural y las entidades federativas de la urbana. En relación con la educación privada, la Secretaría reconocería los estudios de las escuelas particulares, siempre y cuando siguieran un mínimo del programa oficial. En relación con el manejo del presupuesto, el Ministerio ejercía y administraba sus recursos mediante partidas presupuestales específicas, para evitar los abusos a los que se prestan las partidas generales (Vasconcelos, 1951).
La ley de educación creó una institución nueva. Por primera vez en su historia el país contaba con un ministerio para atender exclusivamente los temas educativos.[2] No sólo restituyó la Secrtaría de Justo Sierra, que unicamente tenía jurisdicción en el Distrito y los Territorios Federales, sino que amplió sus atribuciones a todo el país. La nueva Secretaría se propuso no sólo instruir –“vieja fórmula positvista”−, sino educar (Iturriaga, 1982: 150). En palabras de Vasconcelos: “El propósito de la reforma era formar buenos ciudadanos, es decir, hombres y mujeres libres, capaces de juzgar la vida desde su punto de vista propio, de producir su sustento y de forjar la sociedad de tal manera que todo hombre que trabaje esté en condiciones de conquistar cómoda manera de vivir” (Vasconcelos, 2011b: 225)
El edificio de la Secretaría de Educación
Deseaba para la nueva Secretaría un gran edificio propio que simbolizara la vasta labor educativa que estaba en marcha. Por eso rechazó la oferta de los ricos de la ciudad −siempre ávidos de hacer negocio− de alquilar o comprar alguna de sus casas, y la propuesta de rescatar el antiguo edificio del Ministerio de Justo Sierra, “noble construcción colonial”, pero muy pequeña para la dimensión de la obra que estaba emprendiendo. Quería una casa amplia, no el “entresuelo que ocuparon Baranda y Sierra”. Por eso Vasconcelos construyó un palacio (Vasconcelos, 1951).
Vasconcelos tenía la convicción −convenientemente manifestada a Adolfo De la Huerta, secretario de Hacienda− de que “hacer obra material es deber de cada época” y de que el edificio de la Secretaría sería “gloria del nuevo gobierno” (Vasconcelos, 1951: 25). Eligió para construir el edificio de la Secretaría al ex convento de la Encarnación −construcción del siglo XVII−, que alojó a las monjas concepcionistas y, después de la exclaustración de la Reforma, fue sede de varias dependencias públicas, entre ellas, las escuelas Normal y de Jurisprudencia. En 1920 el edificio estaba parcialmente en ruinas. “Detrás de los escombros de la antigua Normal de señoritas estaba hermoso patio de arcadas del antiguo convento (…)”, un patio español colonial. “Aprovechar este patio, anteponiéndole un antepatio y un palacio nuevo fue la decisión adoptada” (Vasconcelos, 1951: 24).
Vasconcelos estaba convencido de que una obra social grande, como la que estaba emprendiendo, era tarea de generaciones, como lo fue la construcción de las grandes catedrales de Francia, que se levantaron encima de las ruinas druidas y romanas. “De esta suerte que donde quiera que yo encontraba un cimiento antiguo sobre él procuraba levantar un arco, una columna, un techado; después, para lo nuevo, siempre hay una ocasión” (Vasconcelos, 1951: 56).
La construcción-remodelación del edificio se inició el 15 de junio de 1921 y se inauguró el 9 de julio de 1922, casi un año después. Estuvo a cargo del ingeniero Federico Méndez Rivas, quien dirigió a 600 canteros, albañiles, plomeros y carpinteros durante este tiempo (Vasconcelos, 2011). Vasconcelos justificará en su memorias la selección de Méndez Rivas para realizar la obra: “(...) le vi desde el principio la decisión para comenzar y la constancia para concluir” (Vasconcelos, 1951: 26 y 27).
La determinación del presidente Obregón y el apoyo del secretario de Hacienda De la Huerta fueron decisivos no sólo para la construcción del edificio de la Secretaría, sino para la edificación de escuelas y bibliotecas, la publicación de libros y, en general, para la realización del proyecto educativo. Al inicio de la gestión de Obregón, México contaba con recursos suficientes, gracias a los ingresos de la exportación de petróleo y metales y a la reducción de los gastos militares, toda vez que el país había sido ya pacificado al inicio de la década de los veinte (Iturriaga, 1982: 162 y Matute, 1982:167). En el segundo y tercer año del gobierno de Obregón, el presupuesto educativo se incrementó hasta alcanzar el 13 y 15 por ciento del presupuesto federal, respectivamente, proporciones inéditas en la historia del país (Solana, et al, 1982: 592). En el cuarto año, el presupuesto educativo se redujo notablemente por la reasignación de los recursos a la Secretaría de Guerra, debida a la rebelión delahuertista.
El edificio de la Secretaría: símbolo de un proyecto educativo y civilizatorio
Vasconcelos se vale de la arquitectura, la plástica y la pintura para representar en el sincretismo cultural del edificio su pensamiento educativo y civilizatorio (González, s/f: 54). El conjunto escultórico que remata la fachada −Minerva flanqueada por Apolo y Dioniso−, realizado por el arquitecto Ignacio Asúnsolo, “debía representar según el sentido Nietzscheano (…): el arte apolíneo y dionisiaco. En el centro, Minerva, la sabiduría antigua, significaba para nosotros la aspiración hacia el Espíritu, el anhelo que más tarde vino a colmar el cristianismo” (Vasconcelos, 1951: 49).
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Los bajorrelieves del “patio nuevo”, realizados por Manuel Centurión, dedicados a cuatro culturas primigenias (griega, española, oriental y azteca), representan el surgimiento de una nueva cultura hispanoamericana. “Una verdadera cultura que sea el florecimiento de lo nativo dentro de un ambiente universal, unión de nuestra alma con todas las vibraciones del universo en ritmo de júbilo semejante al de la música (...)” (Vasconcelos, 2011a: 221).
Las pinturas en los muros de los patios y las oficinas del ex templo de la Encarnación −las primeras realizadas principalmente por Diego Rivera y sus ayudantes (Jean Charlot, Xavier Guerrero y Amado de la Cueva) y por Roberto Montenegro− plasman en su abigarrado conjunto las ideas de Vasconcelos y las de los propios artistas.
Están representadas las luchas y conquistas revolucionarias en pinturas como “La liberación del peón”, “La maestra rural”, “Dotación de ejidos” y “La asamblea”; el valor del trabajo manual se plasma en “La zafra”, “Fundición”, “Minería”, y el del intelectual, en “Las ciencias”, “La investigación “y “La química”; las celebraciones mexicanas, con todo su colorido, están presentes en “La zandunga”, “La danza del venado”, “La fiesta del maíz” y “La danza de los listones”. De la pretensión de la nueva Secretaría de llegar a todo el país, dan cuenta las pinturas de los escudos de las entidades federativas, y del anhelo de la unificación de América Latina, los murales de las salas Simón Bolívar e Iberoamericano (Secretaría de Educación Pública, 2018).
Además de los lienzos del nuevo edificio, Vasconcelos puso a disposición de los artístas plásticos del país los muros de escuelas y recintos culturales que la Secretaría estaba construyendo y rehabilitando, y con ello dio impulso a lo que más tarde se conocería como el muralismo mexicano.
El nuevo edificio era el sustento material del proyecto moral que se perfilaba en el plan educativo recientemente aprobado. En él tenían un espacio bien delimitado los departamentos Escolar, de Bellas Artes y de Bibliotecas, en que se dividía la Secretaría. (Vasconcelos, 2011a: 223). “Pero no bastaba con un palacio para el Ministerio; hacían falta muchos palacios, muchas casas; por primera vez en la Historia de México iba a existir un Departamento de Educación” (Vasconcelos, 1951: 26).
Las escuelas y el Estadio Nacional
La enseñanza y las escuelas
En De Robinsón a Odiseo. Pedagogía estructurativa. (1935) Vasconcelos define, a partir de su experiencia como ministro, un plan educativo general. Propone una educación que, en el lenguaje actual, pudiéramos llamar integral. El maestro −eje de la enseñanza− es el responsable de transmitir a los estudiantes tres saberes de naturaleza distinta: el conocimiento objetivo (ciencias de los hechos), el conocimiento ético (ciencias de la conducta) y el conocimiento estético (ciencias del espíritu). La enseñanza de cada conocimiento tiene un método distinto, acorde con su naturaleza. El método para transmitir los conocimientos objetivos –el mundo de las ciencias naturales, pero también el de la lógica y las matemáticas− es la investigación empírica y el examen de las leyes de la inteligencia, instrumento del conocer; para la enseñanza de los conocimientos éticos, que implican normas, valores y responsabilidad, el método pedagógico es el ejemplo y la persuasión, y para la enseñanza del arte −que (...) “no convence ni invita al aprovechamiento ni persuade ni inquieta el sentido de responsabilidad; simplemente fascina y engendra dicha.”−, el método se reduce a la comunión entre alumno y maestro, ya que se aprende por revelación y contagio (Vasconcelos, 2002: 51-62).
Las escuelas deberían tener las condiciones materiales adecuadas para que la educación de los niños se llevara acabo de acuerdo con la filosofía del plan educativo recientemente aprobado. El diseño y construcción de sus edificios debía ser un proceso cuidadoso, en el que no quedara nada al azar. Por eso Vasconcelos decidió que la propia Secretaría construyera las escuelas, y no otras dependencias del gobierno ni contratistas privados (Vasconcelos, 2002: 91).
De acuerdo con Garcíadiego, durante el breve período de la gestión de Vasconcelos el número de escuelas creció considerablemente (65%), al pasar de 8171 en 1920 a 13 487 en 1924. En estos años la matrícula de estudiantes y la cantidad de docentes también se incrementaron de manera importante: 54 y 18%, respectivamente (Garcíadiego, 2021).
Escuelas Tipo
La Secretaría de Educación construyó centros escolares modelo −Escuelas Tipo, las llamó Vasconcelos− para orientar la edificación de los planteles en el país. Los ideales nacionalistas inspiraron el estilo arquitectónico de estas escuelas. “En todas nuestras escuelas adoptamos el estilo colonial mexicano, renovado por entonces: abundancia de patios y arcadas; naves y zócalos de azulejo; luz amplia y alegría en los interiores; portales, jardines, fuentes y bancos, sensación de seguridad y reposo” (Vasconcelos, 2002: 91 y 92).
La Escuela Tipo, además de aulas, laboratorios y talleres, contaba con comedor, gimnasio, piscina, campos deportivos, estadio y biblioteca. Sus paredes estaban decoradas con pinturas murales. En el estadio se desarrollarían las competencias deportivas y se presentarían las danzas y desfiles; la biblioteca −espacio multiusos que se aprovecharía también como salón de actos, sala de cine y de conferencias, etc.− permanecería abierta hasta las 8 o 10 de la noche para que los adultos del barrio pudieran también consultarla. En la ciudad de México podemos apreciar dos buenos ejemplos de Escuela Tipo: las primarias Belisario Domínguez y Benito Juárez, que hasta la fecha siguen funcionando.
El Centro Escolar Belisario Domínguez –ese era su nombre oficial− fue construido por el arquitecto Eduardo Zamudio e inaugurado por el Secretario de Educación en junio de 1923. En el acto, Vasconcelos destacó la importancia señera de esta escuela: “Hacemos, pues, saber que por fin hay en la Capital de la República una escuela moderna de tipo genuinamente mexicano; que puede servir de modelo a las demás de la Patria” (Briulo, 2011: 18). Dado este propósito, en un primer momento Vasconcelos pensó llamarla Escuela Modelo, pero prevaleció el mejor criterio del presidente Obregón, quien propuso darle el nombre de Belisario Domínguez, en memoria del senador chiapaneco asesinado por el gobierno de Victoriano Huerta.
El edificio de la escuela –con dieciocho salones de clase, gimnasio, piscina y estadio− fue decorado con pinturas de Carlos Mérida y Emilio Amero, hoy perdidas en su mayor parte. La labor educativa de la escuela se complementaría en la Biblioteca Miguel de Cervantes Saavedra, ubicada a escasos metros del plantel. La Biblioteca, construida por los arquitectos Francisco Centeno y Vicente Mendiola, fue inaugurada el 28 de enero de 1924 por José Vasconcelos, quién horas antes había presentado su renuncia en protesta por el asesinato del senador Field Jurado (Briulo, 2011: 16 y 19). Posteriormente retiró de su renuncia, ante la promesa del presidente Obregón de esclarecer el crimen y castigar a los responsables. La escuela primaria Belisario Domínguez y la Biblioteca Cervantes −cerrada al público desde hace años− están ubicadas en la colonia Guerrero, muy cerca del panteón y jardín de San Fernando.
El Centro Escolar Benito Juárez fue edificado sobre el panteón municipal de la Piedad, que estaba fuera de servicio, y que el secretario Vasconcelos “rescató” para la educación: “Y nos hicimos de terrenos sin construir que parecían inservibles y ocupamos antiguos camposantos ya clausurados y que se habían echado en olvido”. "En ellos logramos construir el Estadio y la Escuela Primaria Benito Juárez, orgullo de la ciudad” (Vasconcelos, 1951: 28).
La escuela −construida en 1924 por el arquitecto Carlos Obregón Santacilia− contaba con dos edificios paralelos de las aulas −el izquierdo para mujeres y el derecho para varones−, y en la parte posterior con “un gran patio-estadio con graderías, talleres, gimnasio, baños y vestidores con piscina”. La biblioteca y las escaleras estaban decoradas con murales de Montenegro (Colmenero, 2015: 80). Fue inaugurada por el presidente Obregón y Vasconcelos en julio del mismo año, días después de que el ministro presentara su renuncia, que en esta ocasión fue aceptada de manera definitiva por el Presidente.
El Estadio Nacional
Las Escuelas Tipo consideraban un pequeño estadio en sus instalaciones, pero hacia falta uno grande para todo el país: el Estadio Nacional. Vasconcelos pensaba en un teatro al aire libre en el que se presentaran bailables, obras de teatro, tablas gimnásticas y coros escolares y no necesariamente eventos deportivos. “Me negué a hacer una simple pista de carreras”, recordará en El desastre. El Estadio Nacional, coronamiento del trabajo educativo de cuatro años en materia de educación fisica y bellas artes (canto y baile), fue construido por el arquitecto José Villagrán García e inaugurado por el presidente Obregón con un gran festival escolar el 5 de mayo de 1924. “La inaugración del Estadio fue la apoteósis de la obra educacional obregonista. En lo de adelante, cada vez que en el país o en el extranjero, quería el gobierno dar muestra de su labor, lo primero que hacía era exhibir la película tomada en la fiesta del Estadio” (Vasconcelos, 1951: 282-288).
La primaria Benito Juárez, una de las más bellas de la Ciudad, está ubicada en la calle Jalapa de la colonia Roma Sur, y el Estadio Nacional fue demolido en 1949 y en su lugar se construyeron los condominios Juárez, derrumbados a raíz del sismo de 1985. En ese sitio actualmente se encuentran el jardín público Ramón López Velarde y el centro comercial Pabellón Cuauhtémoc.
Las bibliotecas
En el proyecto educativo de Vasconcelos las bibliotecas tenían una importancia de primer orden. Eran el complemento de la escuela y podrían incluso llegar a suplantarla. “Una buena biblioteca puede sustituir a la escuela y aún algunas veces superarla. Una buena biblioteca es una universidad libre y eficaz. Es tan importante crear bibliotecas como crear escuelas” (Vasconcelos, 2011b: 237).
El Departamento de Bibliotecas del Ministerio de Educación construyó bibliotecas a un ritmo sorprendente, a razón de un promedio mensual de cien, entre bibliotecas públicas, obreras y ambulantes (Loyo, 1984: 311). Las bibliotecas se organizaban en colecciones de 50, 100, 500, 1000, 5000 y 10 000 libros, y se destinaban, según su tamaño, a las escuelas rurales, poblaciones pequeñas, ciudades y grandes bibliotecas.
La biblioteca básica −de 50 volúmenes− era una biblioteca ambulante, que los maestros rurales y misioneros llevaban consigo en sus recorridos regionales. Las colecciones se integraban siguiendo más o menos la regla siguiente: quince libros técnicos (manuales de oficios, cultivos o industrias), seleccionados de acuerdo con las características regionales; quince textos complementarios a la enseñanza escolar (diccionarios, libros de geografíaa, historia, aritmética, gramática y lenguaje) y veinte libros de clásicos universales y escritores latinoamericanos notables (por ejemplo, La Ilíada, La odisea, La Divina Comedia, el Quijote, el Martín Fierro y algo de Ruben Darío y Amado Nervo) (Vasconcelos, 2002: 242). Engracia Loyo, en su Lecturas para el pueblo, 1921-1940, estima que durante la administración de Vasconcelos se repartieron en el país un promedio de diez mil obras mensuales, entre libros de texto y de literatura (Loyo, 1984: 311).
José Vasconcelos recordaría años más tarde en El desastre: “Pese a los tropiezos que ponía el ambiente hubo en el México de aquellos días, colecciones de clásicos y Bibliotecas ambulantes, cargadas a lomo de mula por aldeas y villorrios. Colecciones que acompañaban al maestro rural y al Misionero de la cultura, los emisarios de nuestro ministerio que empezaron a enderezar la subconsciencia de la nación” (Vasconcelos, 1951:56).
Sueños de una Biblioteca Nacional
Los libros de la Biblioteca Nacional, provenientes en su mayor parte de los conventos nacionalizados por las leyes de Reforma, estaban confinados −lejos de los lectores− en el templo de San Agustín, hermosa construcción del siglo XVII, pero inadecuado para fungir como biblioteca.
Era necesario construirle un edificio apropiado a la Biblioteca Nacional, y Vasconcelos tenía pensado cómo hacerlo. En De Robinsón a Odiseo esboza en tono normativo cómo debería construirse: La Biblioteca Nacional, el palacio de la nación, “mansión del espíritu inmortal de una raza que sea digna del Espíritu”, sería una biblioteca-museo, como la de Alejandría. El edificio central, coronado con una cúpula bizantina, dispondría de anaqueles con libros en todos los muros, al alcance de los ojos del lector; tendría amplios espacios para la lectura y un patio central con jardines de naranjos. En sus esquinas, cuatro construcciones, también de cúpulas bizantinas, albergarían tres museos −de arqueología americana, cultura colonial y bellas artes− y un conservatorio de música. (Vasconcelos, 2002).
Ya casi al finalizar su gestión, después de haber construido la sede de la Secretaría, Vasconcelos anhelaba coronar su obra con el edificio de la Biblioteca Nacional. Eligió para construirla el predio situado frente a la Alameda, que Justo Sierra había “legado a la nación, salvándolo de la corrupción del porfiriato”, mediante un decreto que destinaba el terreno a la futura biblioteca. Fue sorprendido por el nuevo secretario de Hacienda, Alberto J. Pani, quien sacó a remate el predio, no obstante la vigencia del decreto. Pero el presidente Obregón, ante el reclamo airado de Vasconcelos, evitó la subasta −“el asunto se me presentó como un caso indiferente”, le explicó− y devolvió la afectación del inmueble al Ministerio de Educación (Vasconcelos, 1951: 57y58). Vasconcelos ya no pudo construir el edificio la Biblioteca Nacional, pues renunció a la Secretaría poco tiempo después de este incidente.
Años más tarde, durante el Maximato, el mismo Pani, pero ahora en funciones de secretario de Hacienda del gobierno del general Abelardo Rodríguez, vendió el terreno que estaba destinado a la Biblioteca Nacional. En ese sitio, a finales de los años cuarenta, el arquitecto Obregón Santacilia construyó el Hotel del Prado. (En uno de sus salones se exhibía otro sueño: el mural “Sueños de una tarde dominical en la Alameda Central” de Diego Rivera). El hotel resultó seriamente dañado por los sismos de 1985 y tuvo que ser derrumbado. Actualmente la torre del Hilton ocupa ese lugar y la Biblioteca Nacional está albergada en el edificio que el arquitecto Orso Núñez construyó para ella en el Centro Cultural de Ciudad Universitaria a finales de los años setenta.
Un Vasconcelos decepcionado recuerda en sus memorias: “Finalmente triunfó (se refiere a Pani); un hotel particular de su propiedad o de socios suyos usurpa a la fecha el espacio en que Justo Sierra y yo soñamos que se alzarían cúpulas bizantinas, en el estilo de nuestras mejores iglesias, para albergar los tesoros de las imprentas del mundo” (Vasconcelos, 1951: 58).
Los clásicos y otras publicaciones
De todos los proyectos que emprendió cuando fue Secretario de Educación, Vasconcelos se sentía especialmente satisfecho y orgulloso de la edición de los clásicos. Se proponía enseñar a leer al pueblo y darle al mismo tiempo qué leer. Sostenía que no se debía privar a los mexicanos de “los tesoros del saber humano que están al alcance de los más humildes en las naciones civilizadas” (Vasconcelos, 1951: 53).
La idea de difundir entre el pueblo las grandes obras de la humanidad la tomó de Máximo Gorki –“plebeyo genial que se acordó de los suyos y se dijo: hay que abaratar los clásicos… hay que darlos a los pobres…”− y de la obra que por entonces realizaba en Rusia Lunacharsqui, Comisario Popular para la Instrucción Pública del gobierno bolchevique (Vasconcelos, 1948: 561).
Recuerda Vasconcelos en El desastre: “En broma le dije a Obregón un día: lo que este país necesita es ponerse a leer La Ilíada. Voy a repartir cien mil Homeros en las escuelas nacionales y en las Bibliotecas que vamos a instalar…”. Para imprimir los cien mejores libros –esa era su aspiración−, obtuvo de Obregón los Talleres Gráficos de la Nación y adquirió en Estados Unidos prensas y maquinaria de cosido y encuadernación (Vasconcelos, 1951: 51 y 52).
Es muy posible que las convicciones y los gustos literarios de Vasconcelos fueran decisivos a la hora de elegir las obras y los autores de la colección de los clásicos, aunque existía una Comisión Técnica responsable de seleccionar los títulos que se iban a publicar cada dos meses. La Comisión estaba integrada por Vicente Lombardo Toledano, Narciso Bassols y Julio Torri (director del Departamento Editorial), entre otros (Loyo, 1984).
Vasconcelos afirma en sus memorias que editó diecisiete de los cien clásicos que se propuso (Vasconcelos, 1951: 52), pero en realidad es difícil saber a ciencia cierta cuántas obras fueron publicadas en su gestión. Loyo, con la información del Boletín de la Secretaría, identifica los libros que publicó la Universidad Nacional y la Secretaría de Educación bajo la dirección de Vasconcelos: de Homero, La Ilíada (dos volúmenes) y La Odisea; de Eurípides y Esquilo, Tragedias (un volumen de cada autor); de Platón, Diálogos (tres volúmenes); de Plutarco, Vidas paralelas (dos volúmenes); de Plotino, Las Eneadas; de Dante, La Divina Comedia; de Goethe, Fausto; de R. Tagore, una selección de sus obras; de Rolland, Vidas Ejemplares, y los Evangelios. A estos volúmenes, que en realidad son dieciseis, Garrido añade la selección de cuentos de Tolstoi para completar los diecisiete recordados por Vasconcelos en El desastre (Garrido, 1982: 12).[3]
Los clásicos, de encuadernación de tapa dura color verde y con el escudo y lema de la Universidad Nacional en las guardas, se vendían al público a un peso, casi el costo de producción y se enviaban gratuitamente a “las universidades de México y de Sudamérica, a las escuelas Normales, secundarias, primarias y bibliotecas escolares” (Vasconcelos, 2011b). Vasconcelos en sus memorias estima la impresión de más de 50 000 volúmenes de la mayor parte de los diecisiete títulos de los clásicos (Vasconcelos, 1951: 52). En realidad, el tiraje fue menor y muy variado: de La Ilíada se imprimieron 38 940 ejemplares, de las Tragedias de Esquilo, 15 000 y de la Divina Comedia sólo 6 300 (Loyo, 1984: 305).
La Secretaría de Educación, además de los clásicos verdes publicó otros libros –Historia nacional de Justo Sierra y el Libro nacional de lectura, por ejemplo-, dentro de los que destacan dos antologías: Lecturas clásicas para niños (dos volúmenes) y Lecturas para mujeres, edición integrada por Gabriela Mistral. Los libros para niños son espléndidos. Se trata de una selección de textos de la literatura universal, adaptados por escritores de primera línea (Gabriela Mistral, Palma Guillén, Salvador Novo, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet, Francisco Monterde, Xavier Villaurrutia y Bernardo Ortiz de Montellano) y bellamente ilustrados por Roberto Montenegro y Gabriel Fernández Ledezma.[4]
El Maestro
Por indicaciones del presidente Obregón, la Secretaría publicó la revista mensual El Maestro, “con el objeto de difundir conocimientos” entre el pueblo. “Procuramos que los artículos –menciona Vasconcelos− se distingan por las ideas y conocimientos que imparten más bien que por la forma literaria” (Vasconcelos, 2011b: 239). Sin embargo, el propósito de que El Maestro fuera una revista popular y antiliteraria no se alcanzó. Por el contrario, la revista se convirtió en una publicación para las elites culturales. En sus páginas se publicaron traducciones de artículos de “Romain Rolland, León Tolstoi, Edgar Allan Poe, H.G. Wells, muchos de ellos nunca antes leídos en español”. En El Maestro colaboraron brillantes intelectuales como Jaime Torres Bodet, José Gorostiza y Carlos Pellicer (Loyo, 1984: 309). Hace 100 años, Ramón López Velarde dio a conocer en sus páginas La suave patria, pocos días antes de morir en la Ciudad de México.
Maestros misioneros
La idea de las misiones escolares la tomó Vasconcelos de la acción evangelizadora de los misioneros de los siglos XVI al XVIII. Los franciscanos, dominicos y jesuitas de la Colonia enseñaron a los indígenas, además de la religión católica, el castellano, a leer y escribir, elaborar artesanías y a cultivar el campo con nuevas tecnologías. De acuerdo con Vasconcelos: “Civilizaron a millones de hombres y levantaron construcciones de piedra que todavía sirven de colegio en muchos sitios del continente, crearon iglesias que son todavía modelos de la más bella arquitectura, iniciaron bibliotecas, construyeron en fin cuanto somos en materia de cultura” (Vasconcelos, 2002:135).
Los misioneros modernos, a semejanza de sus predecesores deberían construir escuelas con la participación voluntaria y los recursos de la comunidad, no solo informar al Ministerio sobre la falta de ellas. Eso ya se sabía. Vasconcelos era consciente de que no podía exigir a los maestros la misma mística de los misioneros de la Colonia, que estaban ávidos por salvar almas, ni su versatilidad (un religioso misionero sabía lo mismo de agricultura que de herrería y carpintería). Por eso integró las misiones escolares con personas que dominaban distintos oficios y ofreció buenas condiciones laborales para asegurar la participación de los mejores (el maestro misionero era el maestro mejor pagado de la Secretaría).
El líder de la misión escolar −por lo general un maestro normalista− era el primero en llegar a la comunidad indígena o campesina; casi siempre llevaba consigo la biblioteca ambulante. Convivía con las personas de la localidad, conocía sus necesidades, promovía la construcción de la escuela e impartía “rudimentos de pedagogía” a los jóvenes, para que se hicieran responsables de la enseñanza en la comunidad. “El sistema de habilitar maestros en la localidad, valora Vasconcelos, ofrece la ventaja de que deja creadas células permanentes de cultura” (Vasconcelos 2002: 135).
Cuando el misionero abandonaba la localidad para dirigirse a otra en la misma región, el equipo de la misión escolar llegaba detrás de él. Los informes que el misionero enviaba a la Secretaría de Educación servían para seleccionar a los técnicos misioneros adecuados a las necesidades y características productivas de la comunidad. Era frecuente que, en la plaza pública, un miembro de la misión escolar proyectara películas culturales y leyera pasajes de historia y geografía, así como noticias de los diarios para “ilustrar en las obligaciones de la vida social” (Vasconcelos 2002: 136).
Las misiones no sólo estuvieron integradas por maestros normalistas. Participaron también intelectuales, artistas y poetas jóvenes, que con el tiempo destacarían en la vida cultural del país y el Continente. Gabriela Mistral, por ejemplo, participó en las misiones en más de una ocasión. “Se constituyó, pese a la pobreza, un personal de 1500 que convenientemente distribuidos se hicieron sentir por todos los rumbos de la nación (…)” (Vasconcelos, 2002: 136).
Educación indígena
La propuesta se basaba también en la práctica de los misioneros españoles de la Colonia que, de acuerdo con Vasconcelos, reunían en una misma escuela a indígenas, negros y españoles. El Departamento de Educación Indígena era el responsable de enseñar castellano a los que aún no lo hablaban –Vasconcelos suponía que por la labor de los misioneros de la Colonia casi todos lo conocían−, para que estuvieran en condiciones de integrarse a la escuela ordinaria. Se oponía frontalmente a los sistemas norteamericanos-protestantes que construían reservaciones para educar exclusivamente a la población indígena. “No apoyamos, entonces, el sistema yankee de escuelas especiales para indios −advierte Vasconcelos−, sino el sistema criollo de llevar el indio a la misma escuela nacional que lo asocia al blanco. Llamamos a este sistema de incorporación, en vez del de asimilación que practican los norteamericanos, y lo defendemos celosamente como más humano y más ventajoso desde todo punto de vista” (Vasconcelos, 2002: 138).
Alfabetización
En 1920 el 77% de la población no sabía leer ni escribir (Aboites y Loyo, 2010: 601). Ante esta realidad, Vasconcelos consideraba al Departamento de Desanalfabetización como una instancia necesaria, auxiliar de la escuela, pero de carácter provisional, ya que desaparecería al rendir frutos la escuela ordinaria.
El Departamento −a cargo de Eulalia Guzmán− organizó brigadas de alfabetización con voluntarios que acudieron a todo el país. Vasconcelos arengaba a los brigadistas sobre la naturaleza heroica de la actividad que estaban realizando: “Se trataba de un servicio de energía patriótica, les habíamos dicho, y había que proceder como en vísperas de una guerra o frente a una calamidad como la peste. ¡Peste es la ignorancia que enferma el alma de las masas!” (Vasconcelos, 1951: 137 y 138).
La Secretaría de Educación movilizaba periódicamente a la población en favor de los que no sabían leer y escribir. Con la ayuda de las orquestas populares del Departamento de Bellas Artes se organizaban verdaderos mítines, que los maestros aprovechaban para enseñar a leer y escribir. “La mayor acción de patriotismo consiste en enseñar a leer, todo el que sabe al que no sabe”, señala Vasconcelos en sus memorias (Vasconcelos, 1951: 138).
Ante la falta de recursos, la Secretaría creó la figura de maestro honorario, persona que enseñaban de manera gratuita a la población analfabeta. A quien acreditara un trabajo honorario por uno o dos años, y reuniera los requisitos del puesto, tendría preferencia para ocupar la plaza de maestro. La mayoría de los participantes no estaba interesada en convertirse en docente.
A pesar del gran esfuerzo realizado, en la administración del general Obregón se alfabetizaron a lo sumo a 53 000 personas (Loyo, 1984: 311).
Influencia duradera de una experiencia breve
El deseo de Vasconcelos de abandonar el gobierno de Obregón se había acrecentado al iniciar 1924. Varios acontecimientos lo irritaban profundamente.
El 23 de enero de ese año Field Jurado, senador por Campeche, había sido asesinado a balazos en la puerta de su domicilio. La opinión pública señalaba como autor intelectual del crimen a Luis N. Morones, líder de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) y aliado del presidente Obregón y Plutarco Elías Calles. Field Jurado, partidario de la candidatura presidencial de Adolfo de la Huerta, se oponía en el Senado a la ratificación de los Tratados de Bucareli por considerarlos contrarios al interés nacional, acuerdos que Obregón estimaba de importancia decisiva para conseguir el reconocimiento de Estados Unidos a su gobierno. Vasconcelos hizo pública su renuncia en protesta por el crimen, pero la retiró tiempo después atendiendo al compromiso presidencial de castigar a los responsables del asesinato, como ya lo hemos señalado. Obregón no cumplió con su promesa.
A finales del año anterior, Adolfo de la Huerta −aliado de Vasconcelos en el proyecto educativo− había renunciado a la Secretaría de Hacienda para lanzar su candidatura a la presidencia de la República, en contra de la del candidato oficial, el secretario de Gobernación general Plutarco Elías Calles. Lo sustituyó en Hacienda, Albert J. Pani, por quien Vasconcelos sentía una animadversión casi visceral (en sus memorias se refiere a él como Pansi).
En diciembre de 1923, De la Huerta lanzó en Veracruz el manifiesto que desencadenó la rebelión y dio pie a la movilización gubernamental para sofocarla. Vasconcelos no estaba de acuerdo con el levantamiento –lo consideraba un error provocado astutamente por el mismo Presidente−, y estaba lejos de apoyar la candidatura de Calles, a quien consideraba un “testaferro envilecido” de Obregón (Vasconcelos, 1957: 227).
Los recursos destinados a la educación habían disminuido drásticamente como consecuencia del gasto militar, incrementado para acabar con la rebelión delahuertista. En el período 1923-24 el presupuesto educativo era sólo el 57% del aprobado en el período anterior (Solana, et al, 1982: 592). Ya no había dinero para seguir construyendo escuelas; sólo quedaba el necesario para concluir las ya iniciadas. La edificación del Estadio Nacional se estaba financiado mediante préstamos y donativos del personal de la Secretaría.
Vasconcelos presentó una vez más su renuncia: “Quiero entregar antes que usted −le dije−, para irme a Europa y no verle la cara a esos asesinos. ¿Pero no habíamos quedado −replicó Obregón− en que inauguraríamos juntos todas las escuelas por terminarse? Espere usted −rogó en seguida−, acaso las cosas se puedan componerse todavía. Es lamentable que usted se retire, su obra está apenas empezada … en fin, aplace su resolución unas semanas; hágalo por mí, se lo ruego…” (Vasconcelos, 1951: 280).
Finalmente, el 27 de julio de 1924 Vasconcelos renunció la Secretaría para irse de candidato a la gubernatura de Oaxaca, una aventura sin futuro, pero una salida aceptable para Obregón. Lo sustituyó el subsecretario Bernardo J. Gastelum, quien continuó sin cambios la obra de Vasconcelos hasta concluir el periodo de cuatro años.
La gestión de Vasconcelos al frente de la Secretaría y la Universidad Nacional fue breve –menos de cuatro años y medio, tres como secretario de educación y un año cuatro meses como rector−, pero el influjo de la obra realizada durante su administración aún se percibe en la cultura y educación del país.
Referencias
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Vasconcelos, J. (2002). De Robinsón a Odiseo. Pedagogía estructurativa. Monterrey, México: Senado de la República. Disponible en: https://www.senado.gob.mx/BMO/pdfs/biblioteca_digital/ensayos/ensayos2.pdf.
Vasconcelos, J. (1951). El desastre (5a ed.). México: Ediciones Botas.
Vasconcelos, J. (1948). La tormenta (7a ed.). México: Ediciones Botas.
Cronología
1905 |
Creación dela Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes. Justo Sierra fue el primer Secretario, del 1° de julio de 1905 al 24 de marzo de 1911. La Secretaría duró 12 años, hasta 1917. |
1914-1915 |
José Vasconcelos es Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes en el gobierno convencionista de Eulalio Gutiérrez Ortiz (6 de noviembre de 1914 al 16 de enero de 1915). |
1915 |
Ante el fracaso de la Convención y el triunfo del carrancismo, José Vasconcelos sale exiliado del país y vive principalmente en varias ciudades de Estados Unidos, (1915-1920). |
1917 |
Expedición de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y desaparición de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, en virtud del artículo 14 transitorio de la Carta Magna (5 de febrero).Se expide la Ley de Secretarías y Departamentos de Estado, que da origen al Departamento Universitario y de Bellas Artes (abril). |
1920 |
Revolucionarios sonorenses, encabezados por Adolfo de la Huerta, gobernador del estado, proclaman el Plan de Agua Prieta, mediante el cual desconocen la autoridad de Venustiano Carranza (23 de abril). El Presidente es asesinado en Tlaxcalantongo, Puebla (21 de mayo). |
1920 |
Presidencia interina de Adolfo de la Huerta (1° de junio a 30 de noviembre). |
1920 |
José Vasconcelos toma posesión de la rectoría de la Universidad Nacional (9 de junio de 1920 a 12 de octubre de 1921). Fue propuesto para el puesto por Adolfo de la Huerta y ratificado por Álvaro Obregón. |
1920 |
Inicio del período presidencial del general Álvaro Obregón (1° de diciembre de 1920 a 30 de noviembre de 1924). Adolfo de la Huerta es nombrado secretario de Hacienda y Crédito Público (1° de diciembre de 1920 a 25 de septiembre de 1923). |
1920 |
Vasconcelos presenta la iniciativa de ley para reformar la Constitución y crear la Secretaría de Educación Pública (22 de octubre). |
1921 |
Inicia la publicación de la revista bimensual El Maestro (abril de 1921 a junio de 1923) y de los “Clásicos Verdes” (1921-1924). |
1921 |
Creación de la Secretaría de Educación Pública. La ley y la reforma constitucional se aprueban en las cámaras el 20 de julio. El presidente Obregón anuncia el decreto de creación de la Secretaría el 25 del mismo mes, pero lo promulga hasta el 29 de septiembre; y el Diario Oficial de la Federación lo publica el 3 de octubre. |
1921 |
Vasconcelos es nombrado Secretario de Educación Pública por el Presidente de la República. Estuvo en el cargo del 12 de octubre de 1921 al 27 de julio de 1924, año en el que renuncia de manera definitiva. |
1922 |
Inauguración del edificio de la Secretaría de Educación Pública (9 de julio). La construcción se inició el 15 de junio de 1921, casi un año antes. |
1923 |
Inicio de la rebelión delahuertista (diciembre). |
1923 |
Inauguración del Centro Escolar Belisario Domínguez (junio). |
1924 |
Asesinato del senador Field Jurado (23 de enero). Vasconcelos presenta su renuncia al cargo en protesta por el asesinato y la retira posteriormente ante la promesa presidencial de hacer justicia. |
1924 |
Inauguración de la Biblioteca Miguel de Cervantes Saavedra (28 de enero), del Estadio Nacional (5 de mayo) y del Centro Escolar Benito Juárez (julio). |
[1] Vasconcelos impartió esta conferencia sobre la educación en México en la Sociedad Panamericana, como parte de la estrategia de Obregón para buscar el reconocimiento norteamericano a su gobierno (Vasconcelos, 1951).
[2]Anteriormente la educación estuvo confiada a la Secretaría del Despacho Universal de Justicia y Negocios Eclesiásticos (1821-1841), al Ministerio de Justicia e Instrucción Pública (1841), al Ministerio de Justicia, Negocios Eclesiásticos, Instrucción Pública e Industria (1843), a la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública (1861) y la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes (1905) (Solana, et al, 1982: 606).
[3] Otros autores añaden a la colección el libro Principios críticos sobre el Virreinato de la Nueva España y sobre la Revolución de Independencia de Agustín Rivera. La SEP, en su edición facsimilar de 1988 así lo consideró.
[4] La Comisión Nacional del Libros de Texto Gratuitos (CONALITEG), para conmemorar los 99 años de la Secretaría, publicó ediciones facsimilares en versión electrónica de Lecturas clásicas para niños y diez de los clásicos verdes de Vasconcelos (Conaliteg, 2020).