Gerardo Moscoso Caamaño

La cultura y el conocimiento son la base de una sociedad justa, igualitaria. Un país donde la enseñanza debiera luchar por la paridad es una sociedad dominada por la injusticia.

Sin el ideal análogo, no es posible la democracia. Por ello la educación pública es el verdadero principio de igualdad. En la Grecia clásica, los hombres se daban cuenta de que las personas verdaderamente libres eran las que disfrutaban de la amistad, un concepto importantísimo.

Como también se dieron cuenta de que para que esta situación existiera era necesaria la cultura, que es lo que nos permite discernir, y la educación, porque sin ellas, no hay democracia.

Cuando comprobamos en nuestra cotidianidad el envilecimiento de la sociedad, no podemos renunciar a la lucha por transformar nuestro entorno, que está sumergido en un mar de mentiras y de hipocresía.

¿Cómo pretendemos que se instituya la cultura y la educación si a la gente se la engaña sistemáticamente?

Nuestro país ha sido un caldo ideal de cultivo del engaño durante muchos años y esto ha tenido como efecto la corrupción, la impunidad, la crisis de credibilidad en las instituciones políticas, religiosas, sociales…

Un político saludable, un demócrata convencido, debería luchar por apartarse de eso, pero se cae en lo contrario. Se alaba a la ignorancia, se endiosa al poder, se encumbra al adulador, se venera al tramposo, se reverencia a quienes producen escasez y arruinan a la sociedad.

La esperanza se pierde, por poner un ejemplo, cuando se despoja de un centro cultural comunitario a jóvenes y niños de las colonias más marginales y vulnerables de nuestro municipio en donde ellos estudiaban artes, ( música, danza, dibujo, etcétera).

¿Quién se atreve ante las monstruosas asimetrías sociales existentes a decir que “juntos hacemos historia”? Si los profesionales de la política no evitan tales daños, habría que impedir que en el futuro administrasen de nueva cuenta nuestra región y nuestro municipio.

La única receta contra eso es la educación artística y liberadora, que debiera crecer en el oasis de las instituciones públicas, en la escuela primero y luego en la universidad. Los efectos de estas causas, los veremos en las urnas próximamente. No acabamos de aprender la lección. Al tiempo.

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