Xavier Díez de Urdanivia

Mucho se habló, en tiempos de campaña, de un supuesto pacto entre AMLO y su antecesor cuyo objeto habría sido garantizar la tranquilidad del último y su impunidad frente a posibles represalias por quien ya se perfilaba como seguro vencedor. Se habló, incluso, de que se había optado por un candidato “débil”, para facilitar las cosas.

De ser cierto lo anterior, algo pasó en fecha reciente, porque es evidente que lo único que no se está haciendo es proteger a EPN, de acusaciones muy graves, por cierto.

El manejo de la pandemia, mal llevado según el balance del “opinómetro”, sumado a otros evidentes desatinos que pegaron a la baja en la popularidad del Presidente y empañaron el cristal por el que se ven los escenarios del proceso electoral que se avecina, abrió la puerta a otro rumor: se oía decir, por los pasillos del poder, que se tomó la decisión de acudir, en caso de agravamiento de esa circunstancia, al conocido expediente de sacrificar a una victimaria propiciatoria que vivificara y fortaleciera la posición de liderazgo tan sólidamente manifestada en los primeros tiempos del sexenio.

Apenas despuntaba la semana, alguien que, aparentemente, había recibido presiones para “poner en suerte” a dicho expresidente y otros colaboradores suyos, cedió por fin.

Rosario Robles, unos días antes, había enviado una carta a un noticiero radiofónico expresando firmemente su negativa a “mentir” para acceder a los beneficios que le acarrearía fungir como “testigo colaborador” en la causa de la llamada Estafa Maestra. No resistió a la perspectiva de pasar el resto de su vida en la cárcel y a fin de cuentas cambió de parecer, quedando a la espera de que la Fiscalía General de la República admita su ofrecimiento.

En medio del revuelo que ocasionó el cambio de actitud, al final de la agitada semana pasó, casi desapercibida, una nota que es relevante: el Senado planteó una nueva consulta a la Suprema Corte acerca de la constitucionalidad de una nueva “consulta popular” relativa al fincamiento de responsabilidades de varios expresidentes (los del “neoliberalismo”, podría decirse), porque el galimatías que produjo ese tribunal anteriormente no satisfizo a nadie y los interesados lo revivieron, esta vez a petición ciudadana y con la inclusión de otros expresidentes, mencionado cada uno por su nombre.

Hay quienes ven en esa estrategia, que bien podría llamarse de “despeñadero”, una intención electoral y quienes no excluyen una especie de revancha rencorosa frente a los “adversarios” que, por momentos, han parecido más bien “enemigos”.

Seguramente tienen razón quienes piensan lo primero y puede ser que quienes lo segundo acierten, pero me parece que no es una estrategia improvisada a causa de la baja en la popularidad presidencial y el abandono de la causa por una clase media –que poco estuvo con él, en todo caso– como lo ha percibido, principalmente, Héctor Aguilar Camín.

Aun si son correctas esas apreciaciones, una revisión más extensa de la carrera política del Presidente permitirá constatar su habilidad, seguramente intuitiva, para maniobrar a partir de símbolos generalmente arraigados, los que manipula diestramente, como lo está haciendo en estos tiempos.

La estrategia desplegada tiene visión de largo plazo y tiende a conservar los apoyos que ya tenía, a recuperar los perdidos y, por qué no, hasta generar nuevos entre quienes valoran más el combate a la corrupción, aunque sea aparente, que la conservación de los derechos y libertades que muchas veces solo en el papel han tenido.

Romper con los símbolos de un pasado que ha estado teñido de injusticias e iniquidades algún rédito abonará, aunque el tal combate sea solo aparente y la justicia que se pregona mera quimera.

Es una estrategia de iconoclasta bien pensada y calculada, aunque no pueda afirmarse que, en las condiciones imperantes, vaya a resultar exitosa. Los yerros han sido muchos y el “anillo al dedo”, a la postre, ha funcionado como búmerang.

La oposición está dispersa y desintegrada; pocas opciones viables puede ofrecer así.
Panorama oscuro, de pronóstico reservado.