El Doctor Lorenzo Martínez Medina, uno de los agrónomos más distinguidos de México. De genuino origen campesino, nació el 7 de julio de 1918 en un ejido ubicado en la profundidad de las zonas áridas del norte de México. Su brillante capacidad intelectual y disciplina de trabajo le permitieron escalar todo el sistema educativo a muy alta velocidad. Se graduó de ingeniero agrónomo a los 19 años en la Escuela Superior de Agricultura Antonio Narro. Obtuvo la Maestría en Ciencias en la Universidad Estatal de Iowa, U.S.A. en 1941 y posteriormente en dos años entre 1950 y 1952 cursó las materias y completó la tesis doctoral en Minnesota para convertirse en el tercer Doctorado en Ciencias Agrícolas del País.
Su muerte, además de tristeza, me trajo un recuerdo que deseo compartirles. Al terminar la carrera de Economía Agrícola, dos compañeros y quien esto relata, decidimos salir a buscar trabajo al Distrito Federal, ya albergados allá nos propusimos un plan simple: recorrer todas las oficinas que pensábamos afines a nuestra formación académica, recorrimos bastantes sin lograr éxito a veces lo único que deseábamos era que nos ayudaran a mantener la esperanza, por ello fue un gran aliciente encontrarnos con Guillermo Funes Rodríguez, un Ingeniero bioquímico de poco mas de treinta años de edad que fungía en ese momento como director de Industria y Tecnología del Sistema Alimentario Nacional, la dependencia que, bajo la dirección de Cassio Luiselli, coadyuvaría a que el país alcanzara la autosuficiencia alimentaria, by the way, no se logró.
Guillermo Funes, desde el primer día que nos recibió en su despacho alimentó nuestras ya desnutridas esperanzas, “son economistas agrícolas eso es lo que necesita el SAM, “just on time”, llegaron en el mejor momento”, nos dijo; déjenme nada mas se lo comento a Cassio para que me autorice su contratación, por lo pronto váyanse leyendo esto, agregó poniendo en nuestras manos varios tomos de documentos que daban cuenta de la memoria de funcionamiento de sistema. Al ver el esfuerzo que yo hacía por sostenerlos, afirmó en tono de broma "el SAM pesa", reímos mas por la emoción que significaba estar a punto de conseguir trabajo que por la broma en sí.
Camino al albergue todo era felicidad, vamos a participar en el diseño del Programa Nacional Alimentario del próximo gobierno, es el momento de lucirnos para que se nos considere en el futuro, vamos a estudiar los documentos de Funes, capaz que la próxima vez que lo veamos nos pregunta.
La verdad yo nunca me pude concentrar en los documentos, estaba entretenido escuchando a Los Panchos disertar respecto a las cualidades de los restaurantes neoyorquinos frecuentados por ellos en sus giras y sus recomendaciones culinarias, como el exquisito platillo de carne deshebrada llamado “ropa vieja” que en mi mente disfrutaba, mientras en realidad comía galletas de “animalitos” bañadas con una deliciosa Cajeta de Celaya, que es como una leche quemada, que, por cierto, un día le van a otorgar su “Denominación de Origen”.
El día llegó, rumbo a la oficina del Sistema Alimentario Mexicano, ubicadas en avenida Constituyentes, disfrutábamos todo, no se nos hizo pesado ni transbordar en la estación Pino Suárez, la más congestionada del Metro capitalino; ni las demás peripecias que hacíamos para llegar a Juanacatlán, otra estación que conocíamos desde que llegamos.
Conocimos Juanacatlán por que, en una ocasión que paseábamos por la “Zona Rosa” de la ciudad de México nos salió al paso un grupo de jóvenes rapados vestidos de algo como túnicas anaranjadas que bailaban acompañados por música de panderos y cantos extraños para nosotros.
Esta raza llamada Krishnas, nos invitó a unas pláticas en su centro de reuniones, precisamente en las inmediaciones de Juanacatlán. Argumentaron que escucharíamos el Bhagavad Gita, Canto del Señor, un poema de exaltación al Dios Vishnú. No hubiéramos ido si ellos no le hubieran puesto un ingrediente especial al evento: habría comida, vegetariana, pero comida al fin, un shoot de energía gratis, pensamos.
La verdad, por un momento ellos pensaron que ya nos estaban convenciendo de adorar a su Dios Azul, pues varias veces los visitamos, pero al final, cuando se dieron cuenta que el horario de comida era el favorito para nuestro ejercicio de reflexión filosófica, se convencieron de que lo que más bien adorábamos eran las hierbitas que mitigaban nuestro apetito. Y no es que no trajéramos dinero, lo que pasa es que traíamos muy poco.
Caminando hacía la oficina de Funes: la esperanza; los arboles del bosque de Chapultepec brillaban a lo lejos y a lo cerca eran espléndidos. Nos recibió la “Chinita”, así le decíamos a una secretaria de Funes, por sus rasgos orientales, (la chava era atractiva, aquí entre nos). Amable la mujer nos convidó un vaso de soda mientras esperábamos ser recibidos. Guillermo Funes, aparecía moviéndose de un lugar a otro rápidamente, de su despacho a la sala de juntas, de ahí al elevador. Aparentemente preocupado, nos pedía no movernos.
“Profesores uf, ene reuniones”, justificó el retraso de nuestro encuentro, la cosa se está poniendo difícil, Cassio no me ha autorizado las contrataciones, dense una vuelta después, estén se en contacto, nos dijo al despedirse, con la misma prisa con la que nos atendió.
Esto esta valiendo madre, Funes perdió el optimismo, se ve preocupado, masticamos esta idea camino al albergue. Solución: que Carlos Ayala nos oriente. Esa misma tarde nos fuimos a visitarlo, a la oficina que ocupaba en el edificio de SOMEX, que, dicho sea de paso, cuenta en su frente con una escultura metálica en forma de caballo que nos impresionó mucho; no quedamos ahí viéndola mientras aguardábamos a que Carlos Ayala regresara de comer.
Al reconocernos, con un gesto amable, nos indicó que nos recibiría en un momento. Ya en su oficina, nos atendió después de que unas gotas de “solutina” limpiaron sus ojos. De ahí mismo nos consiguió cita con el Doctor Lorenzo Martínez Medina, otro personaje coahuilense: Subsecretario de Agricultura en los dos últimos años de gobierno de Luis Echeverría; a la sazón Director del Instituto Nacional de Capacitación Rural.
Al siguiente día, fuimos recibidos por Don Lorenzo en su despacho de la calle Carlos B. Zetina, platicamos de su experiencia en la Universidad de Minesota, en donde obtuvo el doctorado en ciencias agrícolas; de lo interesante y arduo que fue trabajar con Luis Echeverría, con horarios de locura y, me imagino, instrumentación de una política también de locura.
Después nos explicó algunas de las dificultades que conllevaba crear un instituto nacional. Por último, nos recordó las vicisitudes por las que pasaba el país. Hombre de experiencia, nos dejó claro el reto que teníamos al buscar participar en una administración pública que sufría las consecuencias de la crisis económica y buscaba adelgazarse, le dio dimensión a nuestro problema. Vamos a seguir buscando doctor, yo no quiero ser ni peón ni capataz de la plusvalía, dije al despedirme, él sonrió condescendiente.
José Vega Bautista
@Pepevegasicilia
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